Represión en el Sáhara
Actualizado:El brutal asalto marroquí del campamento en las afueras de El Aaiún hace una semana, la represión continuada de ciudadanos saharauis y el acoso a periodistas extranjeros ha vuelto a poner de manifiesto la estrategia de Rabat de hechos consumados. Varios periodistas españoles están sufriendo un acoso inaceptable y por ahora nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores se ha limitado a hacer lo mínimo. El Gobierno de Zapatero lleva muchos años tratando entenderse con este vecino difícil y complicado cuyo nivel de desarrollo político, económico y social está muy alejado del español, a base de crear intereses comunes en muchas áreas. A cambio, el monarca marroquí aprovecha lo que interpreta que es debilidad y organiza de forma periódica crisis en las que busca que España aparezca como el enemigo externo. Zapatero, que no se ocupa de forma activa de la política exterior, no practica la firmeza en los momentos en los que es necesaria. La sensación de improvisación es aún mayor al comprobar cómo el ex ministro Moratinos es reclutado sobre la marcha para que ejerza buenos oficios, a pesar de la pésima gestión que ha dejado detrás. Toda esta situación ha culminado en España con la multitudinaria manifestación de ayer en Madrid que reunió a representantes del PP, IU, UGT y CC OO, junto a artistas y actores que se significaron en su día por su apoyo a Rodríguez Zapatero. Todo un aviso para un Gobierno que se vuelve a quedar solo en la defensa de sus posturas. La protesta supone también una seria advertencia para el partido socialista y su paulatina desconexión con un amplio sector de la izquierda tradicionalmente afín. En el fondo, nuestro Gobierno preferiría poder mirar para otro lado. Ni Estados Unidos ni Francia, las dos potencias que tutelan a Mohamed VI, están dispuestas a presionar al monarca para que limite la brutalidad con la que gestiona un territorio. En París y en Washington pesa más el objetivo de mantener la estabilidad en el país árabe, aunque sea a costa de las aspiraciones legítimas de los saharauis y la negación continuada de derechos humanos como la integridad física o la libertad de información.