EL RAYO VERDE

PERDER EL TREN

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El impacto que ha tenido la sentencia del TSJA que anula el tranvía de San Fernando ha sido quizá mayor que sus efectos prácticos, porque la obra va a seguir y el recurso se va a presentar, aunque a la Junta de Andalucía, y en concreto a la Consejería de Obras Públicas, le va a doler la cabeza con esta historia y es probable le cueste más dinero. Es de cajón pedir responsabilidades por el error cometido en el trámite administrativo, en el que se fundamenta la decisión judicial, aunque también lo es considerar que existía una razón para no haber elevado a exposición pública el proyecto de ejecución, y es que no había variado con respecto al anteriormente aprobado. De modo que está claro que hay que cumplir la ley, pero también es de ley intentar agilizar los trámites. Otra cuestión es el garantismo de nuestra legislación que permite a la avidez de un propietario, en este caso de uno solo, poner obstáculos al bien común.

La agria batalla política que ha suscitado la noticia hay también que enmarcarla en la clave pre-electoral en la que estamos ahora, y hemos de prepararnos para muchas más de aquí a mayo. Es el caso además de una obra controvertida, que en las anteriores elecciones el PP rechazaba, aunque finalmente cambió su postura para pactar con el PA el gobierno municipal; que ha producido muchas incomodidades pero que, finalmente, ha transformado la ciudad y es ya vista por los ciudadanos de San Fernando como una mejora evidente.

El impacto, a mi juicio, se debe también a la puesta en riesgo de una infraestructura que está llamada a cambiar la Bahía, a cohesionarla y hacerla más habitable, a mejorar las oportunidades de negocio de las empresas, que tanto lo necesitan, a facilitar la movilidad de los trabajadores, el acceso de los turistas... Por tanto, y no quiero que se me tome como un comentario cínico, todos temimos que se cumpliera una vez más la Ley de Murphy, o sea que «si algo puede salir mal, saldrá mal», y el proyecto se fuera al traste, tal y como se han ido Las Aletas, al menos por un tiempo que se antoja ya remoto.

Es esa especie de fatalismo de que a esta tierra siempre le toca perder el tren del progreso, que las oportunidades pasan por delante sin detenerse, que no arraiga apenas nada que dé frutos. Como ciclotímicos, pasó la euforia de las grandes inversiones, los anuncios de potentes proyectos empresariales que vendrían al amor de los planes de incentivos. Pasó el sueño de nuevos ricos y estamos viviendo una realidad dura y negra. En estos dos últimos días me han abordado por la calle dos personas para pedirme una moneda. No eran habituales, o mendigos al uso. Hacía mucho tiempo que no me sucedía algo así y no paro de pensarlo.

De modo que creo que hace falta que pase el tren, y que pase pronto, sin más retrasos, que se cierre sin falta el anillo ferroviario de la Bahía, y que salgamos de esta a toda máquina.

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