El presidente de CiU, Artur Mas, en un partido de ping pong. :: EFE
ESPAÑA

CAMBIO A LA CATALANA

Montilla se esfuerza en atenuar su anunciada derrota frente a Artur Mas

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La campaña de las catalanas se inicio el viernes con la incógnita principal despejada por las encuestas: Artur Mas ganará las elecciones y esta vez, la tercera, podrá convertirse en el presidente de la Generalitat. El tripartito logró desalojar a CiU del poder institucional tras la retirada de Jordi Pujol al acaparar -entre el gobierno de la Generalitat, los ayuntamientos y las diputaciones- más del 90% del presupuesto catalán. Sin embargo Convergència ha aguantado y tras siete años en la oposición amenaza con infligir al PSC una derrota sin precedentes. Las causas son diversas, pero confluyen en la debilidad de la fórmula tripartita, que el consejero de Educación, Ernest Maragall, calificó en febrero de «artefacto inestable». Desde sus primeros días el tripartito proyectó la imagen de un pacto forzado del que las dos formaciones menores -ERC e ICV- se aprovechaban porque el PSC las necesitaba. Pero cuando Pasqual Maragall precisó de CiU para impulsar la reforma del Estatuto, la federación liderada por Mas se convirtió, paradójicamente, en el intérprete último del cambio ideado por el ex alcalde de Barcelona. Posición que Zapatero consagraría escenificando su pacto con Mas.

El desalojo de CiU del gobierno de las instituciones no la condenó al ostracismo. Su arraigo en todo el territorio y sus redes de influencia social se han mantenido activos gracias también a la creciente impopularidad del tripartito. Además, miles de responsables públicos de segundo o tercer nivel de filiación o afinidad convergente se han mantenido al frente de negociados y empresas públicas como un magma capaz de facilitar la vuelta de Convergència al poder. Claro que las cosas han cambiado mucho, y Mas no podrá tomar las riendas de la Generalitat como si nunca hubiese salido de ella. Durante las dos últimas legislaturas Cataluña ha ido dejando atrás el oasis que Pujol había logrado dibujar en el imaginario colectivo. La vida pública catalana aparecía como un paréntesis de sosiego, sensatez y eficacia frente a las tensiones que enervaban los ánimos en la corte madrileña. De pronto todo eso se vino abajo, y de manera retrospectiva. Se descubrió que la mercantilización pujolista del autogobierno había ido acumulando un déficit financiero insostenible, y que la paulatina asunción de competencias no había dado lugar a una gestión precisamente eficaz de las mismas. El hundimiento en el barrio del Carmel, el colapso de las infraestructuras, el paso del AVE por Barcelona, la crisis del agua, el escándalo del Palau, las consultas independentistas y, más recientemente, la diatriba sobre los inmigrantes han quebrado la autoestima catalana. Mas representa para muchos catalanes la posibilidad de volver al oasis. Una promesa imposible de cumplir no sólo porque el oasis fue una ilusión a imagen de Pujol, sino porque la crisis prohíbe hasta la añoranza.

La crisis ha vuelto también inútiles los esfuerzos del PSC por mostrar las realizaciones sociales de la Generalitat de Montilla. Un 17,4% de paro -algo más de dos puntos por debajo de la media española- choca abiertamente con un entorno de prosperidad que se resquebraja en muchas familias. Esto lleva a Mas a curarse en salud ante la perspectiva de regresar a la plaza de Sant Jaume en condiciones de estancamiento económico, declarando un día que el tripartito ha dejado las arcas vacías -imputándole una deuda de 40.000 millones- y planteando al siguiente la necesidad de un sistema de financiación análogo al vasco y al navarro, aunque sin pillarse los dedos con el cupo que la Generalitat tendría que abonar al Estado. Pero es Montilla quien precisa remontar posiciones y no encuentra más recursos que un eslogan plano, «Garantía de progreso». Por eso se ha deshecho del tripartito de forma expeditiva, anunciando en puertas de la campaña que los socialistas no tropezarán en la misma piedra por tercera vez. Tan repentino paso de página, que sin duda ha disipado el recelo de los votantes socialistas, intenta hacer olvidar que ERC propugnó el 'no' ante el referéndum del 'Estatut', salió del Gobierno Maragall, y se reincorporó al tripartito con Montilla para acabar promoviendo consultas independentistas sin que el presidente de la Generalitat moviese una ceja.

Mas alcanzaba su techo electoral en las encuestas previas a la campaña, hasta que el último sondeo del CIS -59 escaños sobre 135- le ha dado la razón al advertir a sus seguidores que no se confíen en una victoria aplastante. Aunque la llamada 'abstención diferencial' entre generales y autonómicas, que en los tres últimos comicios distribuyó sus efectos en el conjunto del arco parlamentario, vuelve esta vez a amenazar al PSC y preocupa al PP. El temor a la abstención ha llevado al PP a arriesgar a cuenta de la inmigración -un millón de habitantes más en Cataluña en los diez últimos años- tratando de ampliar sus caladeros de voto entre los descendientes de aquella otra inmigración de los años 60 y 70.