Ciertas letras del abecedario
ABOGADOActualizado:La representación gráfica de la situación económica mediante símbolos del abecedario es algo usual. Sin embargo, debiera ser inusual que gobierno y resto de organismos internacionales se ponga de acuerdo sobre la letra que mejor representa la trayectoria de la crisis que padecemos. Se han venido utilizando las letras 'U' y 'V' para proyectar la descripción de la economía en los momentos de crisis en la que nos vemos inmersos. Pero ni la una, ni la otra. La que de verdad se ajusta a lo genuinamente español es la letra 'L'. Es la decimotercera letra del alfabeto español, duodécima del orden latino internacional y es la décima consonante. Su nombre es femenino: la ele. Esto último es una majadería, no sé ni para qué lo digo, pero el absurdo feminismo que sacude nuestras conciencias lo reivindica todo. En este caso, la situación se describe en femenino, qué se le va a hacer. Vaya a pasar como con el PIB, base de todos nuestro males, masculino él, fundamento de su demonización, y como no «aído's sin tres», le recuerdo a la inenarrable «miembra» que en economía lo del sexo no es excitante. al menos de momento.
El crecimiento económico supone incrementos en las rentas de las personas. La renta determina el nivel de vida de los ciudadanos. En los países más prósperos, la renta media medida a través del Producto Interior Bruto (PIB) real per cápita, ha crecido durante el siglo XX una media del 2% anual. Ello supone que la renta media es ocho veces mayor que hace cien años. La consecuencia es que un ciudadano de esos países disfruta de más prosperidad económica que sus descendientes. Pero España ahora es diferente. Lo decía antaño el eslogan, 'Spain is diferent'. Lo es porque retrocedemos en la cuantificación del indicador, lo hemos venido haciendo durante los últimos siete trimestres y éste último, ni crecemos ni retrocedemos, nos hemos estancados. El PIB mide tanto la renta total generada en la economía como el gasto total en la producción de bienes y servicios de la misma. Esta macro magnitud debe ser relacionado con el concepto de productividad, definiéndose éste como la cantidad de bienes y servicios producidos por cada hora de trabajo. La consecuencia inmediata de la interrelación de ambos conceptos es que el nivel de vida de un país depende de la productividad de sus trabajadores. Es por ello por lo que hay que analizar los factores que determinan la productividad de un país y por ende la relación entre productividad y política económica. La economía española ha experimentado un crecimiento inusitado desde 1996 a 2007. Ese crecimiento, fruto de la incorporación a la Unión Europea y de la necesidad de convergencia con la misma, adolecía no obstante de grandes desequilibrios, cuyos perniciosos efectos se han externalizado ahora, cuando el ciclo se invirtió de manera abrupta. Ese desequilibrio se relaciona con un sector, el inmobiliario, habiéndose desatendido el resto, básicamente el industrial, que exigía la corrección de desequilibrios, fundamentalmente circunscritos al factor trabajo, que tendría que haber mejorado a su costa nuestro índice de competitividad, por mejor disposición de la productividad del factor trabajo. Pero no se hizo, porque los políticos no quieren, no saben y además no están dispuestos correr riesgos de los denominados políticamente incorrectos. Y todo lo que sea adecuar el mercado de trabajo en toda su dimensión a la realidad, redefiniendo el llamado Estado del Bienestar para adecuarlo a las reales posibilidades, es de lo más incorrecto políticamente. Se da la circunstancia de contar en este país con los políticos más «correctos» a la par que inútiles. Al final, lo «correcto» deviene en incorrecto, porque no se atajan los auténticos problemas. Espero pronto ver y poder votar a políticos «incorrectos», que hagan lo correcto, ni más ni menos.
La fase final de crecimiento del ciclo económico estuvo marcada por la moderación de la renta disponible por las familias, lo que supuso a su vez una reducción de la tasa de ahorro doméstico. Con el cambio del ciclo contrayéndose de forma inmediata la economía, tuvo reflejo uno de los problemas económicos más característicos de España, la inconsistencia del ahorro interno. Éste debía ser compensado con el externo, lo que complicaba la cuestión debido a la crisis financiera internacional. Además, el desempleo que siempre fue un problema en nuestro país, incluso en la fase más expansiva del ciclo, volvió a resurgir con efectos devastadores y con una duración hoy en día aún incierto, aunque con tendencia a perpetuarse el problema en un horizonte temporal de largo plazo. España lidera la tasa interanual de desempleo en la zona euro. De una tasa del 8.6% como mejor dato de todos los tiempos y ante circunstancias coincidentes que nunca más se darán al unísono, hemos rebasado el umbral del 20%. El dato más preocupante del desequilibrio de la economía.
El objetivo de todo gobernante en materia económica debiera ser el crecimiento equilibrado de la economía. En los momentos actuales, el horizonte pretendido debiera ser una nueva convergencia real con Europa. Después de once años de importantes avances en materia económica y de seis años de convergencia real, los tres últimos han supuesto el comienzo del retroceso. Así, ya en el 2006 el PIB per cápita español perdió 0.4 % frente a la media de la Unión Europea, no la de los quince sino de los veinticinco. Las previsiones para 2010, suponen la pérdida de otro 10%, y situarnos en torno al 87%, según fuentes de Eurostat. Todo ello es la consecuencia directa del deterioro del empleo y en el desmesurado desequilibrio de las cuentas públicas, en los dos años anteriores. Ambas, exteriorizan a la vez que explicitan, el estrepitoso fracaso de la política económica del Gobierno. Hemos pasado de un 2% de superávit al cierre del ejercicio de 2007 a un déficit exorbitante, con un incremento de la deuda pública insostenible, cuya cuantificación ha sido más que duplicada en el plazo de dos años. Algo inédito en el mundo occidental. El Gobierno en su falsa y propagandista cruzada social, entendió que el arreglo de la situación exigía un desmesurado aumento del gasto público. El problema que subyace con este intervencionismo instalado y presuntamente salvador es su pretensión de suplantar la caída del consumo y así de forma artificial, apuntalar precios y salarios para que no se derrumben. El sostenimiento del mercado producto de la intromisión pública no es deseable y aunque posible en el corto plazo, deviene en imposible en el largo plazo.
Apalancamiento, desconfianza y paro, es la síntesis descriptiva de la situación que atravesamos. La pseudo recuperación reflejada en los dos últimos trimestre, irrisoria por otra parte y artificialmente dispuesta, es la antesala del riesgo de estancamiento confirmado por los datos del último trimestre en el que el crecimiento ha sido cero. La evolución económica se torna pues en forma de 'L'. Sí la crisis se refleja con ésta letra, la que mejor describe la situación de España es la 'M' y si me apuran siendo aún más incisivo, la conjunción 'PM'.