CAMPOS DE BATALLA
Actualizado:Su Santidad el Papa contempla a España como el escenario de una lucha entre el laicismo y la fe. En su corta y costosa estancia ha comparado la actual coyuntura con el anticlericalismo de los años 30, pero en aquellos tiempos nadie hablaba de Concordato. El laicismo lo define el diccionario como una doctrina que defiende la independencia del ser humano, o de la sociedad, de toda influencia eclesiástica o religiosa. Curiosamente, lo que en principio se presentó como una forma de neutralidad se ha convertido en una mística y tiene incluso sus mártires. Se les ha perdido el respeto no solo a los descreídos, sino a muchos creyentes que opinan que no hay que llevar gente al cielo a ostia limpia. Ratzinger visita nuestra nación en calidad de peregrino, de pastor de su rebaño y de líder político y se ha quejado del avance del secularismo y de la disminución de las prácticas religiosas. Lo ha hecho sin ofender a nadie. En cambio, el cardenal Rouco Varela ha dicho que en España y en Europa hay «una cultura hostil hacia las familias». ¿No será más papista que el papa?
Ya no se discute el sexo de los ángeles, sino el íntimo derecho a que cada uno disponga del suyo de manera acorde con sus gustos e inclinaciones. No deben ocultarse ni avergonzarse los que tienen pluma porque también ellos escriben la historia y sobre todo, son hijos de Dios. Un gran avance en la comprensión, obstaculizado por el pésimo ejemplo de muchos clérigos pederastas, pero sigamos con los campos de batalla. La ONU, que no es ecuménica o sea que no se extiende a todo el orbe, ha situado a España en el puesto 20 en calidad de vida. Lo curioso es que aquí aumenta el bienestar en la misma medida que las desigualdades. Muchos católicos no tienen derecho a llamarse cristianos.