SOMOS DOSCIENTOS MIL

EL PALACIO DE CONGRESOS

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Con bastante asiduidad circulo por la antigua carretera nacional IV, hoy avenida Reina Sofía, aún con hechuras de vieja carretera y, como no puede ser de otra forma, instintivamente mis ojos se fijan en esa estructura de hormigón en la que algunos quieren ver el futuro Palacio de Congresos de nuestra ciudad.

De entrada, habría que realizar un debate sobre la conveniencia o no de dotar a Jerez con dicha infraestructura, básicamente por cuanto la misma se cubre de sobra gracias a la enorme oferta que en materia de congresos ofrece la ciudad: desde las instalaciones de la Institución Ferial de Cádiz, a la que habría que realizar alguna reforma, pasando por los múltiples salones que nuestros hoteles tienen preparados para acoger las más diversas convenciones, y finalizando en bodegas, cortijos u otro tipo de instalaciones cercanos a la ciudad, a los que la iniciativa privada ha dotado de posibilidades más que reales para acoger este tipo de eventos.

Con toda esta oferta, que el Ayuntamiento se empecine en crear su propio Palacio, parece responder más al deseo de colocar a unos cuantos amigotes en esta cosa de los congresos, antes que a la necesidad real y acreditada de que desde la administración local se dote a la ciudad con esta nueva infraestructura.

Así las cosas, el gran problema que me surge es qué hacemos ahora con la enorme estructura de hormigón que se alza junto al hospital de la ciudad. Sin embargo, antes de aportar gratuitamente alguna que otra iniciativa brillante -que parece no surgir de la imaginación de nuestros concejales y técnicos-, desearía denunciar la falta de pudor que exhiben nuestros manirrotos políticos, capaces de poner en marcha una obra de estas dimensiones sin haberla dotado presupuestariamente, esto es, sin contar con el dinero necesario para poder acabarla. Después vienen los problemas: trabajadores que dejan de cobrar, empresas que se ven abocadas al cierre, obras abandonadas cayéndose a trozos y otros muchos más. Y quiera Dios que no se le caiga alguna bovedilla a cualquiera de los raterillos que se dan cita en aquellas vergonzantes instalaciones, para desvalijar lo que queda, pues a la falta de vergüenza política, encima deberemos adicionar el cinismo de ser capaces de decretar varios días de luto en la ciudad por la muerte accidental del pobre hombre que estaba buscándose la vida.

Pero volviendo al meollo de estas líneas, entre las propuestas que se me ocurren para dotar de contenido aquel mamotreto de hormigón, la más coherente es que el mismo sirva como ampliación del colindante hospital. El emplazamiento es idóneo y sólo es necesario que cualquier arquitecto jerezano, rediseñe aquel proyecto para darle un uso sanitario.

En segundo lugar, tampoco parecería descabellado que aquellas instalaciones acogieran la tan traída y llevada Ciudad de la Justicia en Jerez. El sitio está cercano a las actuales instalaciones de Tomás García Figueras; puede dotarse de amplias zonas de aparcamiento: es fácil llegar, salvo puentes festivos, época navideña y rebajas por aquello del colapso circulatorio que lía Luz Shopping y, de nuevo, sólo es necesario que otro ilustre arquitecto adecúe lo que hay construido para darle un uso judicial.

En tercer lugar, cabría simplemente destinarlo a viviendas sociales de las que Jerez está muy faltita. De nuevo se impone la adecuada reforma del proyecto y, lo que se pensó como Palacio de Congresos, no hay nada que impida derivarlo en dar adecuado cobijo a muchas familias jerezanas que carecen de un techo digno donde vivir.

Por último, por si todas estas propuestas anteriores son desechadas, la que más me gusta es dedicar aquello a crear un Ayuntamiento de juguete. Imaginen la cara de felicidad de nuestra actual regidora asomada al balcón de su ayuntamiento de juguete, desde el que se divisa en toda su extensión el que es su proyecto estrella: el área comercial. Además, como quiera que el futuro tranvía, igualmente gran aventura de Doña Pilar, finalizará su recorrido en el hospital, con cien metros más de vías podría pasar por la mismísima puerta de la alcaldía de juguete, donde nuestra regidora saltaría de gozo, al poder dedicarse en cuerpo y alma a otear el incierto horizonte de una ciudad en la que, créanme, cada vez me cuesta más trabajo tener fe.