EL LEGADO DE ALBERTI
Actualizado:La Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía debe intervenir en la ya extinta Fundación Rafael Alberti para proteger el legado, en sus fondos documentales y artísticos. Algún movimiento parece que hay, con sigilo y espero que no con dilación, porque conservar las obras que atesora la casa del poeta portuense es una obligación con las generaciones futuras, aunque tengo la sospecha de que, en realidad, ya no le interesa a nadie. No da votos, ni siquiera prestigio. El Ayuntamiento portuense ha prometido un inventario. A ver si ahí se aclara en qué quedó el tan controvertido legado del poeta.
Hay que remontarse al inicio de la transición para conocer el comienzo del asunto. Cuando Alberti regresó a España, de su exilio romano, tenía que pagar la residencia en que debió hospitalizar a su esposa, María Teresa León, enferma de alzhéimer. La Diputación Provincial, con Alfonso Perales al frente y Manuel González Piñero como responsable de cultura, le dotó de un sueldo importante, 300.000 pesetas de las de entonces, para sufragar estos gastos, además de hacerle algunos encargos claramente alimenticios, como los 'Sonetos de la Diputación', que vaya si la Diputación gaditana merece unos pocos versos...
Pues en ese contexto, Alberti dispuso donar su legado «al pueblo de Cádiz». Cuando llegaron las 300 cajas que contenían las pertenencias de su casa romana, el poeta, ante testigos y periodistas, repitió que «todo esto», es decir, todo lo que estaba embalado en la sala Melkart, donde se almacenó, era su donación. Hay un informe del asesor jurídico de la Diputación que defiende el valor de esa declaración como testamentaria. Pudo haberse utilizado para impedir que salieran las piezas que después el poeta dijo que no estaban incluidas, pero no se hizo. Los responsables políticos, entonces Jesús Ruiz y Josefina Junquera, entendieron que no procedía entablar un pleito con el viejo poeta del 27. Aquello fue una ruptura en toda regla, con la institución y con el grupo de poetas que habían apoyado a Alberti y organizado la Fundación, como Luis García Montero y Jesús Fernández Palacios.
A la muerte de Alberti, en 1999, García Montero alertaba en un artículo sobre el peligro que corría el legado del poeta. Los hechos han venido a darle la razón. Hoy el futuro no puede ser más incierto. Porque en la casa de la portuense calle de Santo Domingo debe de haber 6.000 libros, entre ellos valiosas primeras ediciones, incontables documentos de interés cultural, de Rafael pero también de María Teresa León, obras de arte de pintores importantes. Muchos catalogados con tinta indeleble, como se quejó la dimitida presidenta, María Asunción Mateo.
Entre tanto, nada se sabe de Aitana, la hija del poeta, que sigue en Cuba y vendió buena parte de su legado al Centro de la Generación del 27 malagueño. Ahora quienes van a decidir, quienes incluso cobrarán cada vez que se use el nombre del poeta, serán Marta y David Borcha, hijos de María Asunción, a través de la sociedad 'El alba del alhelí'. Pero ¿a quién le importa?
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