ESPAÑA

El Papa apela a Europa para que «se abra a Dios»

El Pontífice pide al hombre que desprecie las tentaciones de la vida moderna ante 7.000 personas

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Con un mensaje nítido para que «Europa se abra a Dios», Benedicto XVI cumplió su primer día de estancia en España, donde desató la euforia de los 7.000 fieles que se congregaron en la plaza del Obradoiro. Muchos de ellos pasaron la noche al raso para ver de cerca al Pontífice. Banderas del Vaticano, de Galicia y de España ondearon durante los momentos previos a la celebración eucarística. Bajo un cielo plomizo pero sin lluvia, Benedicto XVI ofició una misa a la que llegó con unos 40 minutos de retraso sobre el horario previsto a la plaza del Obraidoro, si bien los feligreses, sumidos en un ambiente festivo, apenas apreciaron la tardanza. Coreando consignas como «¡Esta es la juventud del Papa!», «Viva el Papa», o «¡Se nota, se siente, el Papa está presente!», los jóvenes proclamaron su adhesión inquebrantable al Pontífice.

Poco antes de que Ratzinger accediera a la plaza del Obradoiro en el interior de su 'papamovil', repicaron al unísono las campanas de las iglesias de Compostela como forma de saludo al sucesor del Pedro. La misa, concelebrada por los miembros de la Conferencia Episcopal en pleno y los cardenales que componen el séquito pontificio, sirvió al Papa para exponer su gran ambición: Europa ha de recuperar sus raíces cristianas y dejar de lado las asechanzas del laicismo, el nihilismo y la ambición de bienes materiales. «La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad», subrayó. Un Papa intelectual, frío y poco dado a la extroversión tuvo, sin embargo, gestos de afecto, como cuando bendijo a un bebé que avanzó en volandas entre los brazos de los fieles.

Cita a Santa Teresa

Su homilía abundó en la idea de que sin Dios no hay salvación. Por eso el hombre debe despreciar las tentaciones de la cultura moderna, «que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y lo vistoso».

Citando a su admirada Santa Teresa de Jesús («Solo Dios Basta»), Benedicto XVI destacó con rotundidad que la principal contribución que Iglesia católica puede hacer a Europa es obligarla a que se mire en el espejo de su pasado. «Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones». Tradiciones que no son otras que la Biblia, «fundamental en este orden, y las de las épocas clásica, medieval y moderna». Y para que no cupiera ninguna duda, el Papa expresó de modo ferviente su deseo: «¡Oh, Cruz bendita, brilla siempre en tierras de Europa!».

No todos participaron de la intensidad de las palabras de Ratzinger. Algunos, fruto de la larga espera y de la noche pasada en vela, sucumbieron a la fatiga y acabaron avistando la misa dando alguna que otra cabezada. Entre la profusión de banderines vaticanos, también se pudieron ver enseñas de México o Polonia. La aparición del Papa dentro de su vehículo blindado hizo que los fieles prorrumpieran en aplausos. Su llegada estuvo precedida por la de los Príncipes de Asturias, que tomaron asiento dentro del enorme escenario montado en la plaza del Obradoiro, presidido por la imagen de la Virgen del Carmen, a la derecha del altar.

El obispo de Roma deploró el pensamiento del siglo XIX que ve en Dios a un «antagonista y enemigo» de su libertad, idea que ha arraigado en muchos intelectuales y cuya vigencia en tildó de «tragedia».

Humildad evangélica

El Papa invitó a vivir con humildad bajo los principios del Evangelio, para lo cual es preciso apartarse de la creencia de que Dios coarta la libertad del hombre. «Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente», preconizó el Pontífice.

Ratzinger denunció los intentos de reducir la fe a la esfera de lo privado o arrinconarla a ámbitos marginales. «¿Cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla», se preguntó de forma retórica. El Santo Padre no quiso dejar a los jóvenes, a los que exhortó a que abandonen el «pensar egoísta, de corto alcance» y abracen las enseñanzas del Evangelio.

En representación del Gobierno acudió a la eucaristía el ministro de Fomento, José Blanco. El líder del PP, Mariano Rajoy, quien se entrevistó brevemente después de la misa con el Papa, estuvo acompañado por su esposa, Elvira Fernández. También asistieron a la convocatoria el embajador de España en la Santa Sede, Francisco Vázquez, y el responsable de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo. No asistió en cambio el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, sobre cuya ausencia el Vaticano ha pasado de puntillas. El Gobierno alega que la visita de Ratzinger tiene un carácter pastoral inequívoco y no es, pues, necesaria la asistencia del jefe del Ejecutivo a actos confesionales. Con todo, Rodríguez Zapatero, en atención al papel institucional que encarna Ratzinger como jefe de Estado y representante de la religión mayoritaria que profesan los españoles, despedirá el domingo al Papa en el aeropuerto de Barcelona.

«Es muy emocionante. Es un gran momento para mí y me produce una emoción muy grande ver tan cerca al Papa», alegó Pedro Rodríguez, un joven de 30 años que, junto a su mujer, logró hacerse con uno de los asientos dispuestos en la plaza para acoger al público.

Joseph Ratzinger, quien se mostró muy impresionado por el Pórtico de la Gloria de la catedral, templo que pronto cumplirá 800 años desde su consagración, habló sobre todo en español y pronunció también un párrafo de su alocución en gallego.

«Estamos felices. Es todo un acontecimiento», aseguró José Antonio, un monje de la orden benedictina y que desempeña sus quehaceres en el monasterio de Samos (Lugo). Él fue el primero en reservar sitio en la plaza del Obradoiro. José Antonio y otros dos religiosos de Samos, Juan Luis y Luis Alberto, que pasaron la noche turnándose para dormitar en un pequeño taburete, se apostaron a las seis y media del viernes en la cola, donde aguantaron hasta las ocho de la mañana de ayer, momento en que las Fuerzas de Seguridad permitieron la entrada a la plaza.