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Bífidus activo

JUAN MANUEL BALAGUER
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El inmenso canalla que fue el príncipe camboyano Norodom Sihanuk me preguntó, el día que tuve el infortunio de conocerlo en Nouadhibou, Mauritania, cuál era la virtud más característica del pueblo español. Ya en el exilio dorado de Beijing, viajaba en calidad de embajador de China, sin atribuciones específicas aparentes, por África occidental. Le dije, que «la capacidad para acometer epopeyas». Decía Pemán, que los españoles estábamos naturalmente capacitados para arrostrar el topetazo del 2 de mayo, más no así para el tres, el cuatro y subsiguientes. O sea, que si tenemos razón, somos una nación dotada para los actos de explosión o implosión, para los alzamientos y atronadas, para las epopeyas que requieren de muchas agallas y poca reflexión. Nos gusta más hacer que pensar; que reflexionar con sosiego.

Quizás este atributo virtuoso lo compartamos con más naciones, pero ninguna de las similares fue madre de criollos. Nuestro caso coincide menos con nuestra genética ilustrada hija de Damasco, que con las de las huestes levantiscas, impulsivas, de los garamantes atlánticos, a las que sojuzgó en nombre de Julio César nuestro connatural Balbo Minor, o al carácter de los benimerines, almohades o almorávides, voces de la pólvora. La impaciencia no genera ciencia y la precipitación colectiva de los últimos lustros por enriquecernos a toda costa, cueste lo que cueste, responde a ese ofuscamiento explosivo y cegador que nos hace considerarnos impunes por inmunes. La codicia intoxica.

El aguerrido don que nos atribuyo está hoy en desuso. La nación Española ha perdido su recio carácter de raza cósmica, su instinto quijotesco para complicarse la vida militando por la causa ajena. Su valentía para salir de la miseria con altura de miras y altruismo. Se ha convertido en un amasijo de lloricas abrazados a un bulldog francés con cara de boñiga, tan a la moda. Hemos perdido la aguerrida altivez para defender los valores y principios de la honra, el esfuerzo y el sacrificio del estudio y el trabajo, ante los truhanes, corruptos y mediocres que defienden los postulados del oportunismo, la patraña, el fraude y la corrupción sistemática y universal, desde el mínimo esfuerzo y el más absoluto desprecio al bienestar de los demás. Lo importante es medrar, caiga quien caiga, violando a la conciencia. Hay que convocar al imprescindible humor del amor, a la pasión creadora, para empezar de nuevo a intentar ser nosotros. Atribuyo este acobardamiento a la ingesta de yogur desnatado con bífidus activo. Hemos de acometer la epopeya apostolizadora de la berza. De la berza heroica apasionada y categórica; humilde ejemplo de emoción sensitiva.