Editorial

Varapalo a Obama

El presidente deberá reorientar por completo su calendario legislativo

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Solo la conservación de una estrechísima mayoría en el Senado salvó el martes al partido demócrata norteamericano de una debacle total y sin precedentes: perdió por goleada la mayoría en la Cámara de representantes y la gobernación de muchos Estados de los 27 en juego. El varapalo es un voto de castigo mucho más relevante que el sufrido en 1994 por Bill Clinton, que perdió 52 escaños en la Cámara Baja, quien, sin embargo y como en otros casos, pudo finalmente obtener la reelección. Esto es del todo posible para Barack Obama, pero el presidente, en un contexto de recuperación tímida y con alto desempleo, deberá reorientar por completo el calendario legislativo, redefinir sus prioridades, mejorar su comunicación y, tal vez, cambiar de estilo. La jornada del martes, en efecto, supuso un desencuentro muy fuerte entre la sociedad y el presidente tan meritoriamente elegido en 2008 tras ganar, contra todo pronóstico, las primarias en su partido. Tácitamente, la jornada tuvo algo de referéndum. Y lo han ganado los dinámicos grupos anti-Obama, empezando por la variopinta agrupación de nacionalistas y tradicionalistas republicanos reunidos en Tea Party. Directamente solo unos pocos, aunque relevantes, como los senadores de Florida o Kentucky, proceden del movimiento, pero han sabido expresar algo cercano al desconcierto con la política de un presidente al que perciben como exógeno, ajeno y antagónico. Obama ha insinuado recientemente que comprende el desafío a que se enfrenta: intelectual, joven y presidente sobrevenido se diría que un poco antes de tiempo, ha suscitado una resistencia de los materiales mucho más ruda de lo que esperaba. Y su programa de reformas, singularmente su batalla por una sanidad pública con tutela estatal, lo ha probado, pues ha sido juzgada por los republicanos clásicos como una intolerable intromisión del Gobierno en sus asuntos. Los ojos europeos no sirven para descifrar tantas claves, muchas de ellas culturales e inexportables, pero es obligación del presidente intentar su reelección. Es, dice el adagio, el primer deber de un presidente. Hoy lo tiene peor que ayer y el castigo recibido es de tal calibre que autoriza todos los pronósticos, incluido el de su ocaso. Pero también podría ser el de su resurrección.