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NO ESTÁ MUERTO

INOCENCIO ARIAS
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Muy al final de la campaña para estas legislativas Obama acudió a la ciudad de Cleveland (Ohio) donde habló apasionadamente ante 8.000 personas. Hace dos años 60.000 habían acudido a escucharle. La diferencia entre las dos cifras muestra sin dudas que el encanto Obama se ha esfumado. Las urnas han dado a él y a su partido un castigo resonante con los resultados conocidos: los demócratas quedan claramente en minoría en la Cámara de Representantes, no pierden raspadamente el Senado y habrá bastantes más estados, nueva inversión de fuerzas, con gobernadores republicanos que demócratas. A Obama le han fallado los jóvenes, que se han quedado en casa, los independientes, bastantes votantes con estudios y los habitantes de zonas residenciales (que son muchos en Estados Unidos).

Un baño en toda la línea. ¿A qué es debido? Fundamentalmente a la crisis económica. Bastantes estadounidenses pueden estar hartos con la extensión de poderes del Gobierno, algunos detestan la reforma sanitaria que ha dado cobertura a 30 millones de personas que no la tenían (la opinión está dividida al respecto). Los reticentes consideran que la seguridad sanitaria es algo que compete a los ciudadanos y no a las autoridades, pero la razón profunda es la económica.

La guerra de Irak empezó a ser impopular cuando se vio que iba claramente mal, hasta ese momento los americanos no se preocupaban en exceso del coste económico y en vidas humanas. Ahora las disquisiciones sobre el crecimiento del peso del Gobierno son secundarias al lado de la situación económica de las familias, unas decenas de millones de ellas piensan que viven peor que sus padres, nueve de cada diez ciudadanos manifiesta que la crisis era lo que les preocupaba al votar y siete de cada diez deduce que el país no va en la dirección adecuada. Obama, apuntan críticos objetivos, pudo detener la debacle económica que heredó, pero no ha creado por ahora empleo y esto es lo esencial. La sociedad americana se instala en el escepticismo y el desencanto. Hay desconfianza en el futuro inmediato, la convicción tradicional de que «somos los mejores en todo» comienza a ser crecientemente cuestionada. El estadounidense que viaja se percata de que ni sus trenes ni sus autopistas son las mejores, ni una buena parte de su sistema educativo, ni el de salud.

Y, ahora, ¿qué? No es la primera vez que un presidente pierde las elecciones del ecuador de la legislatura. Es casi la norma. Más raro es que la derrota implique perder una de las cámaras aunque tenemos ejemplos significativos en que también ocurrió, los de Reagan y Clinton, dos presidentes que fueron, después de un tortazo similar, reelegidos y terminaron con un prestigio considerable. Obama tiene en estos momentos una cota de aceptación (45,7%) superior a estos dos predecesores. No se puede decir que hoy sea un presidente impopular. Pero sí es evidente que la magia de Obama no funciona como antaño, su verbo, aún articulado y elocuente, convence menos y ahora tendrá que pactar con la oposición. Reagan y Clinton lo hicieron con éxito rebajando exigencias de sus programas o abrazando ideas de los adversarios. Hay políticas que pasarán, quizás, a mejor vida como la energética o la migratoria. En círculos oficiales de Israel se habrá brindado por los resultados. En los españoles, no. Zapatero continúa ensimismado con el ahora más opacado Obama y debe estar rezando porque venga algo antes de las elecciones. Mientras el americano le sigue dando achares. Sale ahora para un viaje muy importante para la India, después al G-8 a Corea, luego acudirá a una Cumbre en Portugal. ¿Y aquí cuando? ¿No nos decían que eran íntimos.