«Está tan contenta que quiere otro»
Los vecinos de Lebrija dudan de que la madre-niña tenga sólo diez años; Algunos ciudadanos afirman que la chica llegó al pueblo hace mucho más de tres semanas, como mantiene la familia
LEBRIJA.Actualizado:«Si esa niña tiene diez años, yo tengo treinta». La señora, que se dice jubilada, hace corrillo de vecinas, a las puertas del mercado de Lebrija, en la boca de la calle Arcos. «Me da igual lo que ponga en los papeles. En verano ya se le notaba la barriga, y mi marido y yo la vimos jovencita, pero no tanto». De ayer a hoy, un ciclón de especulaciones ha tomado las calles del pueblo. Se refieren, sobre todo, a tres cuestiones: la edad de la madre, la fecha en la que la menor llegó de Rumanía, y cómo se supone que deberían actuar las administraciones.
Sobre el primer punto, las pocas personas que reconocen de entrada haber visto a Elena coinciden en destacar que «no tiene aspecto de cría, aunque tampoco de mujer». Las dependientas de un negocio cercano afirman que siempre les pareció «una adolescente bastante desarrollada», lo que choca con la opinión de algunos miembros del personal hospitalario que insistieron, fuera de micro, en que no sólo es una niña, sino «que además lo parece». Por último, acodado en la barra del Bar Palaustre, en la Plaza de España, un compatriota de la familia intenta «tranquilizar» a la prensa con un argumento, a priori, igualmente escandaloso: «Elena tiene la misma edad de una de mis hijas, trece para catorce, que ya es otra cosa...». Es «otra cosa», se entiende, «en Rumanía».
¿Por qué entonces 'manipular' la fecha de nacimiento oficial de la chica? Al respecto también se ha desatado una tormenta de rumores. Una trabajadora social, ajena al caso pero acostumbrada a la intervención con inmigrantes rumanos, mantiene que no resulta «una rareza» en la comunidad romaní «procedente de allí» que los nacimientos se inscriban a destiempo. «No es que sea una norma, pero en algunas ocasiones el registro del nuevo bebé no se realiza hasta que se hace imprescindible para alguna gestión burocrática». O sea, que es posible que el bebé «no existiera» para el Estado hasta varios años después de venir al mundo. «En los grupos que viajan de un lado a otro y que carecen de casa fija, los casos aumentan», recalca.
Algunos vecinos niegan rotundamente que, tal y como defiende la familia, la menor llegara a España hace tres semanas. «La primera vez que la vi fue en agosto», explica un guardia jurado. «Llevo un año viviendo aquí, y estoy seguro de que ella apareció poco después», recalca el dueño de una mercería próxima. El número de ciudadanos que mantiene que la chica estuvo vendiendo flores en la feria del pueblo se multiplica hasta el infinito, aunque resulta imposible saber qué hay de verdad y qué de fábula contagiosa en ese presunto recuerdo colectivo.
La cuestión no es intrascendente, porque si la familia no dice la verdad en ese punto, toda la historia sobre el padre de la niña, teóricamente otro menor que aún permanece en Rumanía, puede verse cuestionada, al igual que el argumento de que la chica llegó a España «para acudir a una boda» y, de paso, hacerse con el cargo del cheque-bebé.
Sobre qué es lo que debe hacer la administración, el mismo compatriota que habló con la prensa en el Bar Palaustre, sentencia: «Nada. Ella está tan contenta que quiere otro».