¡CUÁN GRITAN ESOS MALDITOS!
Uno puede ser el mejor columnista de España y ser recordado por «vengo a hablar de mi libro». Lo llaman carácter, genio, honestidad... pero se llama mala educación
Actualizado:Se veía venir que en esto de la nueva interpretación de la libertad de expresión y la educación -la mala- iban a terminar cogidas de la mano paseando por un camino de fango y lodo. El minuto de gloria del alcalde de Valladolid tiene más de sesenta segundos. Las declaraciones del ginecólogo -cualquiera se pone, literalmente, en sus manos- Javier León de la Riva, han dado mucho que hablar esta semana. Con las perlas que ha ido soltando se ha fabricado un rosario de misterios gozosos que lo ha llevado a los primeros puestos del 'ranking' de indeseables de este país. Y no sólo por lo de los morritos, sino por lo de los niños y los mocos, lo de las pulgas y las putas y todo lo que en estos días nos ha acercado a este personaje que, aseguran, tiene como afición la de contar chistes, tan hispánica por cierto.
Pero no ha sido el único. Porque desde que hicimos dogma de aquello de «se puede decir más alto pero no más claro», tan de la época de Aznar, nos hemos acostumbrado a que una semana sí y otra también, tengamos que escuchar toda clase de despropósitos dichos, eso sí, de forma muy clara. Y es que cuando uno no tiene nada que decir, parece que lo más efectivo es eructar algún sapo o culebra para que este país se paralice y ya no se hable de otra cosa. En este caso, no son los árboles los que no dejan ver el bosque, sino la peste la que nos anestesia. Sin ir más lejos, el autor, antes conocido por sus novelas y ahora líder de Twitter por su «claridad» de expresión, vino a demostrar que uno puede ganar un Premio Nobel y ser recordado por los litros de agua que podía absorber por el culo -lo de hablar claro, también se pega-, o que uno puede ser el mejor columnista de España y ser recordado por «vengo a hablar de mi libro». Lo llaman provocación, carácter, claridad, honestidad, ingenio. Pero se llama mala educación. Y hay que tener muy claro que para decir ciertas cosas de determinada manera, hay que ser la madre de Boabdil -«Llora como mujer...» y lo demás- y estar en pleno desalojo.
En fin. Que mientras Sánchez Dragó anda excusándose porque su lío con las 'lolitas japonesas' está dando para una novela de terror, aquí andamos dándole vueltas a lo de la tradición de los Tosantos y a la contaminación del Halloween. No se preocupen. Hace mucho que perdimos la batalla porque también en esto hay que saber pelear y los versos de Zorrilla no tienen nada que hacer frente al fantasma y la telaraña, por mucho que se les parezca. «De miedo» es la expresión que utiliza la Asociación de Vecinos del Pópulo para calificar la fiesta que organiza este fin de semana de ánimas y sustos. Una fiesta que sincretiza lo más terrorífico de nuestra tradición con lo más ramplón de la yanqui. No está mal porque lo que suma, nunca resta. Y se pueden ir sumando factores al miedo de esta ciudad. Para el concurso de gritos o de fantasmones paseando por las calles hay mucha competencia, no se crean, así que el director de la comunidad de cementerios de Cádiz -sic- lo va a tener muy difícil a la hora de dar un premio. Y la pitonisa leyendo el futuro tampoco es nada nuevo por aquí. Qué le vamos a hacer. Vivimos en una ciudad de miedo, de pánico más bien.
Pero hay que tomárselo a risa. Como a risa se lo han tomado los más de cinco millones de espectadores que esta semana han estado pendientes de la apuesta de Telecinco por acercar al español medio una distorsionada imagen de la monarquía española. «Nadie ha hecho tanto por la República» decían también en Twitter donde se dispararon los comentarios jocosos en torno a la interpretación de la nueva pareja cómica del país, Juan Carlos y Sofía, que aparecían como una réplica excesiva de Pepa y Avelino en Matrimoniadas. Desde luego, no sé si los guionistas tuvieron intención de hacer reír, pero los diálogos entre el Rey y la Reina han sido -con diferencia- lo más comentado de la semana: «¿Te has tomado el paracetamol?» pasará a los anales de la historia como aquél: «Váyase señor Cuesta» que, por cierto, era el secretario de Marisa Paredes -el ama de llaves de Rebeca, la llamó magistralmente Rosa Belmonte- en la serie. Bajando el listón, en chándal del Decathlon, no se acerca la Monarquía al pueblo, sino a la categoría de aquellos 'Spittin Image' que tantos dolores de cabeza dio a la Reina de Inglaterra. También lo llaman libertad de expresión, mira por dónde. La veda está abierta. Y es tiempo de cacería.
No costaba nada, creo, documentarse. El vestuario, las fechas, los exteriores. Tampoco hace tanto tiempo como para no recordar quiénes estuvieron en la pedida de mano, ni somos tan pacatos -¿o sí?- como para creer que los Reyes hicieron el reparto de las mesas del convite de memoria y a mano, como si fueran mi vecina en la boda de su Carmenmari. Es lo que tiene ir de indocumentados por la vida. Que llueven los bofetones. Como le llueven a la pobre Marta Meléndez que todavía no se ha enterado que el edificio de la Cárcel Real no es un BIC ni naranja ni cristal. En fin. Lo ha vuelto a intentar. Tal vez en una de éstas, le suena la flauta y consigue su momento de gloria. De momento, no le queda otra que esperar, como tuvo que esperar El Tenorio «cuan gritan estos malditos, pero mal rayo me parta, si en concluyendo esta carta, no pagan caros sus gritos». Total, si le sale mal el truco, siempre le quedará lo del trato. Si no, tiempo al tiempo.