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Marcelino Camacho, el último visionario

MADRID Actualizado: Guardar
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Uno de los argumentos antifranquistas que circulaban en los años setenta, antes y después de la muerte del dictador en 1975, era el de que la libertad civil es indivisible. No era posible ni tenía sentido abrir la mano desde el poder en determinada dirección y cerrarla en otra. De ahí que, desde el primer momento, el impulso democrático que se afianzó tras la desaparición física de Franco incluyera, además de la libertad política, la libertad sindical. Una libertad sindical que tenía por aquel entonces un personaje simbólico que la representaba con todo derecho después de un serio sacrificio personal: Marcelino Camacho.

Eran otros tiempos, sin duda, pero la evolución de nuestro sistema de libertades, que ha sido patente, no afecta a la calidad ética de las convicciones de entonces y de ahora. Marcelino Camacho representó un sindicalismo político vinculado al Partido Comunista –como la UGT, de aparición mucho más tardía, estaba ligada al PSOE- que defendía unos nobles ideales que continúan vigentes: el respeto al trabajo y a la clase trabajadora, los derechos sociales, la humanización del sistema productivo, el imperio de la política sobre la economía y no al contrario… Hoy, los sindicatos se han profesionalizado y, en gran medida, despolitizado, pero los principios imperantes son los mismos.

La Transición contó con un puñado de personalidades excepcionales, sin cuya impronta el resultado del proceso de reforma no hubiera sido tan admirable como en realidad fue. Y Marcelino Camacho, representante de un obrerismo austero –el célebre jersey de Marcelino simbolizó el idealismo de su causa-, impulsó un conjunto de valores que acabaron consagrados en la Constitución y que otorgaron una pátina de excelencia moral a aquel recorrido improvisado.

Cosmología visionaria

Aquella influencia que ejerció Marcelino Camacho no fue sólo el fruto de sus dotes de comunicador ni de su cosmología visionaria: aquel sindicalista que regresó del exilio para trabajar como un obrero manual más en Perkins Hispania sacrificó su vida a la libertad sindical, que entonces equivalía a la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Su movimiento obrero se infiltró inteligentemente en el sindicato vertical y su eficacia se multiplicó. Pero aquel esfuerzo tuvo un alto precio: Marcelino fue encarcelado en 1967, encausado en el ‘Proceso 1001’, condenado y finalmente amnistiado nueve años después… Una vida esforzada y dramática, que tuvo la compensación de ver cómo llegaban las libertades pero que nunca le permitió el reposo ni el conformismo.

Camacho fue diputado por el PCE en 1977 y en 1979 pero dimitió pronto de su escaño al ver cómo la democracia que se construía no tenía gran cosa que ver con sus utopías igualitarias. Desde entonces, Camacho fue la conciencia crítica de la izquierda, eternamente disconforme con la blandura de sus epígonos. En cualquier caso, su papel fue importante en la conducción de la primera etapa democrática, Pactos de la Moncloa incluidos.

Camacho nos ha dado, en todo caso un testimonio de vida. De dedicación plena a unas ideas, de sacrificio personal, de desinterés y de honradez. En esta coyuntura en que asistimos perplejos a una epidemia de corrupción en la clase política, la figura del sindicalista insobornable, que ha vivido con una austeridad ejemplar hasta su muerte, adquiere una relevancia prodigiosa. Haciendo un rápido recuento, llegaremos quizá a la conclusión de que han abundado poco en la reciente historia española los idealistas que han dado todo a cambio de una convicción.