LOS SEGUIDORES
Actualizado:Quienes marchaban detrás de los llamados 'ídolos de la afición', con evidente riesgo de pisarle los talones, desertan en bloque cuando vienen mal dadas. Quiero decir cuando se acabó lo que se daba: la presunción de intimidad, la ventaja o el privilegio de la gloria refleja. En general, los partidarios, ya sean de un futbolista o de un subsecretario, muestran una adhesión inquebrantable. Cambian con admirable presteza al que ocupa su puesto en el equipo de fútbol o en el equipo ministerial. Ahora eso que llamamos actualidad, que es la efímera musa del periodismo, nos suministra dos ejemplos: el de Joan Laporta y el de Isabel Pantoja. Al primero han decidido llevar a los tribunales después de llevar al Barça a las más altas cumbres balompédicas, y a la otra, la masa informe está asediando inclementemente. ¿Dónde están ahora sus innumerables seguidores? Los que dan la cara por el ex directivo y por la tonadillera, perdón, por la cantaora, se pueden contar con los dedos de las dos manos y de los pies, que no son tantos.
No digo que se trate de dos personas ejemplares, cuya conducta haya sido irreprochable. Solo pregunto dónde se han refugiado los que les pedían autógrafos y se daban codazos por retratarse junto a ellos. En España hay que tener mucho cuidado para no resbalarse porque del árbol caído no sólo se hace leña, sino serrín para echárselo en los ojos a los que tuvieron en su momento una frondosa arboladura. ¿Hay en la admiración ingredientes rencorosos?, ¿coexiste en ese noble sentimiento algún rencor? Quizás los españoles tengamos guardada una piedra en la mano. Nuestra piedra, siempre acechando lo cimero, que dijo Luis Cernuda, que es verdad que estaba «poseído por la lucidez». Cualquier multitud, exaltada por un mitin o por un programa de televisión, está dispuesta a lapidar a alguien. No hay que suministrarle municiones. Las piedras corren de su cuenta.