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El tío Alfredo y el escribidor

RAFAEL MARÍN
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Los criterios de evaluación de la Academia Sueca son inescrutables. Tanto que hasta dieron pie a un improbable best-seller de Irving Wallace, 'El premio', que luego fue llevado al cine por Paul Newman en una de las mejores películas de Hitchcock sin Hitchcock, un batiburrillo de espías, peleas, persecuciones y sobre todo celos entre los premiados que quizá, quién sabe, reflejaba incluso la realidad de lo que son los premios.

Como todos somos seleccionadores nacionales de fútbol, cada año nos entretenemos poniendo de chupa de dómine a los galardonados. O a los galardonados que conocemos, claro, aunque sea de oídas. Nadie le tose al premio Nobel de Medicina o de Física, y todos dudamos de la validez del de Economía con la que nos está cayendo en todas partes, así que nos dedicamos a dar collejas al de la Paz (que dan los noruegos, por cierto), y al de Literatura.

Y claro, el de literatura es en teoría el más asequible, si no fuera porque los señores sesudos que dan el premio tienen unos baremos y unas posibilidades lectoras que no están al alcance de los demás mortales. Cuando se premia a insignes desconocidos, que es casi siempre, nos llevamos las manos a la cabeza y los editores las manos al teléfono buscando un traductor que les permita entregar una versión en el mercado en menos de un mes, que la pela es la pela. Y cuando se premia a los autores consagrados no sólo no se recuerda que el Nobel de Literatura tenía, en teoría, que ayudar a los escritores que empezaban y no tenían recursos, sino que sacamos a relucir la puñetera política.

Ese es el sambenito que le ha caído a Mario Vargas Llosa, el mejor escritor en nuestra lengua, a quien cierto sector inculto y resentido no perdona que no tenga su misma ideología, cuando sus libros son obras prodigiosas de arquitectura narrativa, música de la palabra. Vargas Llosa se merecía el galardón desde hace lo menos treinta años, pero ahí están los defensores de la libertad esquinada acusándolo de derechista peligroso (o, como me contaba un amigo sudamericano que lo conoce en persona, «Es un hombre guapo, y él lo sabe», como si eso resumiera su visión del mundo).

Dentro de cien años no se recordará qué ideario político tenía Vargas Llosa. Pero sí se recordará 'Conversación en la catedral' y una docena más de sus obras.