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PERSONAS Y CONTRIBUYENTES

MANUEL ALCÁNTARA
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Una prueba irrefutable de que España es grande es que caben en ella más golfos que en ningún lugar del atlas. Se empujan, se aglomeran, se dan codazos, pero al final todos encuentran su localidad: unos de pie y otros en tribuna. La moral y las luces siguen siendo nuestros dos problemas mayores, pero ahora hay uno, de difícil solución, que ha vuelto a traer a la actualidad, que se renueva a cada momento, la ministra Bibiana Aído. Hablamos del aborto o 'interrupción voluntaria del embarazo'. Para unos no supone eliminar una vida, ya que no existe aún, y para otros es el asesinato de un ser indefenso. Para que entre nosotros no haya equívocos, debo decir que no me parece igual cargarme a don Joaquín, que tiene cincuenta y tantos años y me cae antipático, que impedir que alguien venga al mundo. No es lo mismo restringir la siembra que talar árboles. Cuando el clérigo Tomás Roberto Malthus, que era economista, publicó su obra capital, 'Ensayos sobre el principio de población' lo corrieron a gorrazos. Su tesis era que si el mundo no es infinito, no pueden serlo sus pobladores. Todos los meapilas le insultaron, pero sin echar gota de razón. Luego se admitió 'la procreación consciente'. ¿Cómo no? Todo debe ser consciente, desde el consumo de ginebra hasta el modo de conducir el coche, en el caso de que no nos lleve algún abnegado amigo que garantice que no solo vamos a llegar a casa, sino que vamos a seguir saliendo de ella en el futuro.

Se confunde ser persona con ser contribuyente. ¿Cuándo un feto empieza a ser persona, aunque le falten algunos años para tributar al fisco? No seré yo quien establezca esos límites, pero creo que no debe exigírsele al que va a nacer que se haya 'construido un alma'. 'Llega a ser quien eres', decían los griegos. Es pronto, quizá para pedírselo a los futuros huéspedes.