Artículos

Un abuelo librepensador

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Siendo decano del Colegio de Arquitectos colgué en mi despacho un dibujo al carboncillo firmado con mi nombre y fechado en 1907. Era un ejercicio de cuando mi abuelo preparaba aquellos exigentes exámenes de ingreso en las Escuelas Especiales de Ingeniería del Estado. La coincidencia permitía además de la presunción, una amable broma sobre mi edad y el tiempo. Con apellidos largos no se suele citar el segundo, el suyo era Pico y su fino sentido del humor le autorizaba a proclamar que él era «malo y pico». Cuando obtuvo el título de Ingeniero Industrial continúa estudios en Londres y París, de donde volvió pleno de conocimientos y de sabiduría, y también incorporado a esa ideología liberal y agnóstica propia del la intelectualidad europea del periodo entre guerras. Su biografía recuerda la de Jean Barois, sugestivo personaje literario que da título a una novela del escritor francés Roger Martín du Gard (1881-1958). 'Jean Barois' es traducida en 1973 por Alianza Editorial; su lectura resulta obligada para comprender las tensiones de las clases medias ilustradas en medio de las convulsiones que terminan por dar lugar, tanto a nuestra guerra civil, como a la Segunda Guerra Mundial que la sigue.

Jean Barois procede de una familia religiosa pero los vientos culturales de su tiempo hacen de él un convencido «librepenseur» y un ateo beligerante. Su piadosa familia reza asiduamente por su «conversión» y por su regreso al seno de la Iglesia que se consuman siendo ya anciano. La sorpresa se produce al leer un testamento que había redactado en una edad de lúcida madurez, en él proclama sus convicciones liberales pues teme claudicar cuando la vejez debilite su voluntad, dejando así bien claro la firmeza de tales ideales en tiempos de plenitud de sus facultades intelectuales. A mi abuelo se le escapó semejante testamento antes de retornar en la ancianidad a las creencias que le inculcaron los jesuitas durante su infancia; aún así recuerdo sus dicterios al gobierno reaccionario augurando «que volverán los liberales cual torna la cigüeña al campanario» (Antonio Machado). Viví con él durante los años sesenta y en su entorno pintaban bastos pero yo sé que estaba hecho de la misma pasta que hombres como Ortega, Marañón, Ayala, Bergamín, entre tantos, y de don Manuel Azaña, quien tuvo que ser enterrado envuelto en la bandera mexicana porque la Francia ocupada le negó la suya, la que años más tarde ondearían los tripulantes del carro de combate 'Brunete' a la cabeza de las tropas aliadas que liberaron París.