El umbral de tolerancia
Actualizado:En el periódico que ahora mismo tengo entre las manos, leo cómo un político nos aconseja una saludable austeridad, un entrenador de fútbol exige a la plantilla un permanente sacrificio, y un profesor estimula a los alumnos para que se impongan una férrea disciplina. Como todos sabemos, uno de los efectos negativos de la elevación del bienestar material es el descenso del umbral de tolerancia de las molestias que, inevitablemente, hemos de soportar en el trajín diario por la vida. Cada vez somos más endebles orgánica y mentalmente. Somos muchos los que no caemos en la cuenta de que, para seguir viviendo, hemos de luchar contra las agresiones de la madre naturaleza, que hemos de defendernos de los ataques de nuestros amables competidores y que tenemos que pelear para vencer nuestros placenteros impulsos destructores. Nos estamos olvidando de que, por muchos aparatos de aire acondicionado que funcionen en los lugares de trabajo y por muchos butacones que instalemos en nuestros hogares, para mantenerlos robustos y fuertes es necesario que mortifiquemos el cuerpo y que disciplinemos el espíritu.
Eso es lo que hacen los deportistas en sus entrenamientos y los artistas en los ensayos para evitar que los músculos se debiliten y el ánimo desfallezca. Una de las pruebas de esta intolerancia progresiva nos la ofrece esa cantidad de amargas quejas que escuchamos por doquier. ¿Se han fijado en los adjetivos en grado superlativo que usamos para referirnos, por ejemplo, al calor o al frío calificándolas de horribles, de espantosas y de inaguantables?
Nos estamos olvidando de que, para crecer, necesitamos fortalecer los músculos del cuerpo y los nervios del espíritu. Sí; hoy también es imprescindible la virtud de la fortaleza para superar los obstáculos que se oponen a nuestro bienestar y a nuestro progreso. Resulta llamativa la baja cotización que hoy alcanza unos conceptos que, en otros tiempos, eran tan valiosos como, por ejemplo, disciplina, esfuerzo, trabajo e, incluso, sufrimiento. No caemos en la cuenta de que el crecimiento económico, social, cultural, ético y artístico depende del esfuerzo continuado. Se nos ha olvidado que, para disfrutar de la calefacción o de los sofás es necesario que, previamente, pasemos frío y sintamos cansancio. Hay que ver lo bien nos sienta -me dice mi amigo Juan- una cervecita fría cuando sufrimos una oleada de calor. La fortaleza es una herramienta necesaria en los momentos más difíciles. Funciona como una especie de sistema inmunológico del espíritu para proporcionarnos resistencia, coraje y capacidad para enfrentar cualquier obstáculo. Sí; tenemos que luchar para ser felices.