Huelga de vatios
No se puede evitar la sensación de haber participado en un gran autoengaño de todas las partes
Actualizado: GuardarTal vez tengan razón los sindicatos cuando atribuyen las críticas lanzadas en su contra a una campaña de desprestigio orquestada por la derecha. Pero eso no les exime de responsabilidad en los muchos errores cometidos durante la crisis, el no menor de los cuales es carecer de empuje, de ideas y quizá de ganas para defender a los más de cuatro millones de parados que el día 29 no pudieron echarse a la calle porque ya estaban en ella. Ahora hablan del éxito de la huelga general dando a la palabra éxito un significado tirando a elástico. Un servidor fue de los muchos que ese día no percibió en su entorno señal alguna de anormalidad laboral. Cada empleado estaba en su puesto, cada tendero en su comercio y cada maestro en su aula. Es una muestra irrelevante, desde luego, pero tratándose de una llamada a la huelga general esperaba un poco más de variedad. El único signo de huelga visible en ese escenario lo ponía la abundante cartelería desplegada en las rotondas, como si el profuso decorado sirviera para compensar la falta de actores en la función.
No hablemos de cantidades, sin embargo. Una de las curiosas anomalías de este pintoresco país es la tendencia a la contabilidad antojadiza, especialmente en situaciones de movilización popular. Aquí la aritmética es una opinión. Uno puede contar seis donde el otro cuenta dos, y quedarse ambos tan campantes. Por eso para saber el alcance real de la huelga hemos tenido que recurrir al recuento de vatios en vez de cabezas. En fin, no se puede evitar la sensación de haber participado en un gran autoengaño de todas las partes, empezando por un Gobierno sin pulso, siguiendo por una oposición desnortada y terminando por unos sindicatos con plomo en las alas que a duras penas han salvado la prueba de fuego a que ellos mismos se sometieron.
Hablan del éxito de la huelga cuando aún no sabemos cuáles serán sus consecuencias, si llega a haberlas. Se trataba sólo de cubrir el expediente de la manera más decorosa posible, sin demasiado ruido, no fuera a ser que se rompiese el precario equilibrio de las partes en danza. Simularemos todos haber sido actores o testigos de un acontecimiento de dimensiones históricas pero a la vez echaremos tierra sobre el asunto como quien trata de olvidar una noche de triste borrachera. No ha sido el éxito de la huelga, sino en el mejor de los casos el de la convocatoria. O el de los piquetes «convencitivos» (sic), ya saben, los que se ocuparon de convencitivizar a los trabajadores por los procedimientos habituales en estos casos. Con todo, ahí están los vatios delatores dejando constancia de la desproporción entre el ruido y las nueces, de la inoperancia de nuestras fuerzas sociales y de la necesidad de dar un buen repaso a un sindicalismo que, de tanto invertir sus energías en el mantenimiento de su propio estatus, carece de fuerza para ayudarnos a salir de ésta.