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EL DÍA DESPUÉS

MANUEL ALCÁNTARA
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Mientras estemos vivos aspiramos a que cada mañana sea una víspera. Decimos con insensata convicción eso de «mañana será otro día», pero el caso que nos ocupa, aunque haya estado lleno de desocupados, es el principio de otra etapa caracterizada porque va a ser algo peor que la anterior. Se han quemado cartuchos cuando no quedan municiones y vamos a tener que apuntar con el grifo, que es lo que hacen los atracadores cuando se ven obligados a empeñar la pistola.

La huelga ha cumplido sus objetivos. Huelga el decirlos. Lo malo es que no acabamos de saber cuáles eran. Unos tenían razón de sobra y a otros no les faltaban razones. Por eso ha tenido algo de farsa dramática y sólo se han registrados vencidos y vencidos, aunque el combate haya finalizado decretando el resultado de «nulo», que reprueban las federaciones pugilísticas, ya que siempre hay uno de los dos que dado un golpe más que el otro. El símil no es muy acertado, ya que uno de los contendientes lo que quería es no dar golpe y el otro lo que pretendía era tener la oportunidad de dar alguno que otro, aunque fuese de forma eventual, en una de las escasas empresas que sobreviven. Por eso me atrevo a hablar de farsa. Se cuenta del emperador Tiberio que cuando se acababa su vida, llena de agravios verídicos o simplemente presentidos, dijo en su lecho de muerte:

-Si ejecuté bien la comedia de la vida, aplaudidme.

Quienes rodean a España, que está en un incómodo catre, se van a ovacionar por turno mientras ella pasa a peor vida. Cada uno ha cumplido con su papel, más o menos higiénico, pero ahora hay que limpiarle las posaderas. Ojalá el día de ayer haya servido para no imponer una catastrófica reforma laboral o para que otros hayan hecho cuentas del número de «liberados». Con cualquiera de las dos nos conformaríamos. Los que no somos pesimistas del todo nos damos por satisfechos cuando vamos de peor en mal.