El gorro legionario
La cuestión es si con su historia a cuestas, por espinosa que resulte, la Legión sigue siendo útil a la España de hoy
Actualizado:El Ministerio de Defensa ha acabado dando marcha atrás en su controvertida decisión de sustituir el clásico gorro legionario, conocido como chapiri, por una nueva prenda, una especie de boina de color grana con la que, según se argumentaba, se pretendía mejorar la estética del uniforme. La decisión había causado no poca contrariedad entre los afectados y alguna que otra chacota, al vincular el color con las supuestas afinidades futbolísticas de la titular de departamento. Lo cierto es que la innovación indumentaria, que liquidaba una tradición ininterrumpida de 90 años, tenía evidentes intenciones más allá de las estéticas. Se trataba de desvincular a la Legión, y a los hombres y mujeres que hoy la integran, de una historia percibida como indeseable por quienes hoy ejercen el mando sobre ella.
Es cierto que en el origen de esta unidad militar antaño de choque, y hoy de intervención rápida, hay personajes de ardua memoria como su fundador el entonces teniente coronel y luego general golpista Millán Astray. O como su segundo jefe y más tarde general superlativo de todos los ejércitos y autócrata Francisco Franco Bahamonde. Pero en eso no se distingue la Legión de otras muchas instituciones del Estado, por las que pasaron personas a los que hoy no nos apetece especialmente recordar. Lo dicho vale, incluso, para la más alta institución en el actual diseño constitucional de nuestro Estado, que un día encarnaron personajes tan infaustos como Fernando VII o Isabel II.
La historia de la Legión es compleja, sí. Tanto que su uniforme lo vistió algún que otro personaje de filiación y ejecutoria completamente opuestas a las de esos a los que muy fundadamente ya no deseamos evocar. Tal es el caso de Fermín Galán Rodríguez, que antes de proclamar la República en Jaca en 1930 (y morir en el empeño, abandonado por el resto de republicanos) había sido oficial legionario. En tal condición alcanzó además la más alta condecoración militar española, la cruz laureada de San Fernando, y por tal motivo su efigie figura en las salas de Laureados de los acuartelamientos legionarios, junto a esos otros que fueron sus acérrimos enemigos ideológicos.
La cuestión es si con su historia a cuestas, por espinosa que resulte, la Legión sigue siendo útil para la España de hoy. Si no, procede disolverla. Pero si la respuesta es afirmativa, como se desprende de su mantenimiento por los diversos Gobiernos y de su uso intensivo en arriesgadas misiones, de paz y de guerra, resulta hipócrita tratar de hacerla pasar por lo que no es. Más honrado, y más considerado con su gente, es respetar sus tradiciones, en lo que no se opongan a los principios que inspiran nuestro ordenamiento jurídico. Y la verdad, cuesta ver cuál de ellos conculca la forma de un gorro. Oportuna rectificación.