Opinion

Árboles y humanidad

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De vez en cuando, dejo de creer en la Humanidad. Conecta una la televisión, o Internet, o lee la prensa en el desayuno, y se encuentra con una serie tan larga de despropósitos, que empieza a pensar si no nos hallamos de lleno en un periodo de involución que volverá a convertirnos en los «cromañones» que una vez fuimos. Y quién sabe si no sería lo mejor que le pudiera suceder al planeta, vista nuestra capacidad de destrucción como supuestos homo sapiens.

En esos días en los que mi fe en el hombre y (no quiero que me tachen de incorrección política) en la mujer, desfallece, me miro en los árboles. Como, afortunadamente, esta ciudad aún es casi un jardín botánico extendido, no tengo más que asomarme a mi propia calle para acercarme a esos seres pacíficos, agradecidos, silenciosos y generosos que son los árboles. Tipuanas que lanzan sus lianas verdes hasta tocar el suelo y nos sombrean las aceras; naranjos eternamente verdes soportando impertérritos la polución; catalpas que añoran en estos días sus magníficas flores blancas; jacarandas capaces de regalarnos dos veces cada año su ofrenda color violeta; humildes aligustres; susurrantes olmos; ficus resistentes. Todos aguantando lo que les echen, mirando al mundo desde su altura y, seguramente, pensando que estamos locos. Quizá compadeciendo nuestra locura. Y ofreciéndonos, sin pedir nada, los dones que la naturaleza les concedió: sombra, fragancia, flores, frutos, semillas, armonía.

Deberíamos seguir el ejemplo de los árboles: hablar menos y hacer más por los demás, adaptarnos al medio, crecer sin ocuparnos de si el otro nos sobrepasa, utilizar el sol y el agua sin derrocharlos, vivir en paz. No hay nada tan educativo y revelador como examinar un árbol. Es una enseñanza que no podemos desaprovechar.