BUENO POR CONOCER

NUESTROS DIOSES

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La historia de la Humanidad está repleta de episodios bélicos donde, en nombre de algún dios, se han cometido las mayores atrocidades. Las guerras religiosas dominaron el escenario político en Europa desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX.

Actualmente, en pleno siglo XXI, nos encontramos en una situación de conflicto a nivel mundial, en la que el enemigo a batir es el fundamentalismo islámico. Las tres grandes religiones monoteístas, el cristianismo, el judaísmo y el islamismo, apelan a un dios misericordioso, tolerante y capaz de perdonar nuestras ofensas. Eso si, promete la salvación y la gloria en el más allá sólo a sus seguidores.

Las circunstancias han querido que actualmente nos encontremos ante lo que podríamos considerar la novena Cruzada (la octava en 1272 fue llevada a cabo por Eduardo de Inglaterra).

Por un lado los gobernantes de Estados Unidos apelan a que «su nación ha sido escogida por Dios y encomendada por la historia, para ser un modelo de justicia en el mundo». El pueblo hebreo declara, que su Dios «golpeará a aquellos enemigos» que se levanten ante ellos. El tercer elemento, y posiblemente el más peligroso, es el fundamentalismo islámico: «Oh, Alá, ábreme todas las puertas, no hay otro Dios que Alá. De Alá somos y a Alá volvemos».

El llamamiento de un pastor presbiteriano, a la quema de 'coranes' ha servido para añadir un elemento más de inestabilidad a la precaria situación de paz globalizada a la que aspiramos.

No hay ninguna otra esfera del discurso en la que los seres humanos articulen de una manera tan clara sus diferencias culturales. La religión se ha convertido en la única realidad humana en la que el pensamiento «los nuestros» y «los otros» alcanza su mayor trascendencia. La fe religiosa se convierte en un poderoso obstáculo para el dialogo.

Hay que reconocer que los valores que adquirimos por nuestras creencias religiosas nos pueden hacer mejores, ahora bien, el ejercicio de nuestra fe debe estar reservado a la esfera personal y privada.

El no imponer nuestro credo y reconocer otra fe debe ser nuestra meta. A fin de cuentas, según datos de Naciones Unidas las sociedades laicas son las más caritativas y solidarias.