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¿Qué hacemos con Jesús Neira?

Era muy potente la tentación de exhibir al héroe y apropiarse de sus valores para subir el barómetro del CIS

JUAN CARLOS VILORIA
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Jesús Neira resistió meses en coma. Aguantó la aparición de Violeta Santander despreciando por los platós su gesto de gallardía que le había llevado desde el 'living' de un hotel a las simas de la anestesia mental. Incluso superó el dilema de un hombre corriente que cede a su impulso heroico y luego se arrepiente cuando paga con sangre el precio de la virtud. Él no se lamentó. Pero ha sido derrotado por la política. ¿Qué hacemos ahora con el héroe urbano, coloso derribado, Aquiles extraviado, ciego Polifemo frente a quienes le azuzan mientras él aúlla dolorido? Esta sería una buena pregunta para Javier Gomá uno de nuestros más exquisitos pensadores autor del ensayo 'Ejemplaridad pública', una insólita invitación a la moralidad social en estos tiempos de nihilismo. Pero el 'caso Neira' revela una circunstancia cada vez más habitual en nuestra sociedad política y en nuestra democracia mediática. Las víctimas y los héroes que antes siempre eran anónimos y por tanto valorados por ofrecer su tormento a cambio de nada, ahora se han convertido en objetivo de los profesionales de la política y del espectáculo audiovisual. Entubado, en silla de ruedas, la mirada perdida, la osamenta descarnada, Neira asistió a la procesión de ministros y presidentas que le abrazaban con cruces del mérito y lo mostraban a la muchedumbre como el símbolo de la lucha contra la violencia machista. Alguien que se había jugado la vida por socorrer a una mujer acorralada. Era muy potente la tentación de exhibir al héroe y en el acto del abrazo apropiarse espiritualmente de sus valores para convertir la fotografía en unas décimas de simpatía popular en el futuro barómetro del CIS.

En esta competición sorda, publicitaria, comunicacional, marketiniana, la presidenta de la Comunidad de Madrid se llevó la corona de laurel. Pero le pasó inadvertido que sus adversarios no dudarían en dirigir los más afilados dardos también contra su protegido en una sádica traslación de la lucha política que no respeta nada. Y a partir de ese momento la piedra empezó a rodar ladera abajo y la brújula se volvió loca. El héroe urbano se negó a asumir el papel de víctima y la tragicomedia civil inició el camino hacia su defunción social.

Por ahí siguen dando vueltas sobre si mismos bailando al son que toca la música de la política partidaria o las TDT los padres de Marta del Castillo o el valiente progenitor de la niña Mari Luz. Ellos también caminan por el filo del acantilado iluminados por la cruzada de convertirse en el brazo justiciero donde no llega el castigo administrativo de los infanticidas. Pero ahora el caso de Jesús Neira debe alertarles del peligro que supone salir del anonimato, tomar partido, quijotear a la vista de la muchedumbre que disfruta más derribando modelos de virtud que practicándola.