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PINCHITO MORUNO

ENGOLLIPAO

JOSÉ MONFORTE
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Sólo falta una campaña de esas televisivas que diga «ningún niño emgollipao». A los niños se les han acabado los grandes bollos engollipantes en los recreos. No lo veo mal. Yo fui un niño que sufrí el síndrome del engollipamiento y luego eso me ha producido que en los costaos, que dice mi madre, me salieran dos flotadores como las barcas que lleva el Queen Mary. Luego, en la pubertad, estas cosas se pagan y en vez de ser un tío cuadrado que causa la sensación de la niñas, eres un tío arredondo que en lo único que causa sensación es en los manoletes de a cuarto que sueñan con que seas el primer humano capaz de introducir en él setecientas lonchas de mortadela de aceitunas.

Somos una generación desgraciada. Nadie nos dijo que comernos una caracola rellena de crema en los recreos pudiera perjudicar nuestra salud como el tabaco y quién iba a creer que detrás de aquellos ingenuos tigretones y panteras rosas, que te regalaban incluso una estampita que luego apestaba a fresa, se escondiera el maligno.

Qué alegría me da que ahora los niños no tengan que enfrentarse a aquellos momentos tan duros que vivimos en nuestra tierna infancia. La tercera hora del colegio siempre era muy complicada. Te habías comido la caracola o incluso la cuña rellena de chocolate, que más que una cuña era un queso entero, y subías a clase completamente engollipao. Aún no se había iventado el tetrabrik y los niños de colegio público no gozábamos de zumito que aliviara nuestra situación de atasco a la altura del esófago. Para colmo, siempre te tocaba lenguaje y qué difícil era decir pretérito pluscuamperfecto con el último bocao de la cuña todavía en su entrada por Catedral.

Una de las cosas que me causa ahora más curiosidad es la aparición del chivato bollicida, esos niños y niñas repelentes que irán a chivarse al maestro de que el envidiado Juanito Pérez lleva en la mochila un mostachón de Utrera. El profesor tendrá que incautar de forma cautelar el durse y mirar en la lista de 'Pringué' para ver si figura entre los colesterolmente incorrectos y dictar sentencia, aunque ya verás como más de un maestro le hace al mostachón una prueba pericial de «dos bocaos» para mejor proveer, como dicen los jueces.

Qué desgracia para un padre recibir una carta del colegio advirtiéndole que su niño ha sido cogido in fraganti escondiendo dentro del pecé un mostachón de Utrera... Pero papá, es que también intenté meter un alfajor de Medina en el pendrive y me cogió la señorita porque me saltó el antivirus en el tercer bocao. Qué tristeza para una madre que expulsen a tu hijo de clase por estar engollipao.