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Raza y religión

MANUEL VERA BORJA
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En un mundo sumido en un frenético proceso globalizador algunos de los fantasmas que Occidente creía haber exorcizado vuelven con nuevos bríos. Es el caso de la religión y de las etnias. Quizás sea que, ante la pérdida de relevancia de las naciones, superados por la lógica de los mercados y las multinacionales, rebrotan las viejas certidumbres. La religión gana espacio y protagonismo mediático en una sociedad cada vez más secularizada. Es asombroso lo que un fracasado pastor de almas puede montar amenazando con quemar unos ejemplares de saldo del Corán en una iglesia ignota de un remoto pueblecito. Un patán que, pistola en mano, trata de impedir que el demonio instale una mezquita cerca del solar de las Torres Gemelas invocando la libertad consagrada en la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana. Nada de esto sería noticia en un mundo menos desnortado que el que se perfila en el nuevo siglo, unas sociedades que, alejadas de la ideología política, buscan certezas e identidad en los viejos tabúes. Hasta la ciencia, el arma cargada de futuro con el que construir un mundo menos fanático, se ve cada día más contaminada por la reconquista religiosa de lo público. Sirvan como ejemplos la paralización de las investigaciones con células madre del Instituto de Salud norteamericano por la injerencia de integristas religiosos, o la fuerte polémica que el anuncio del último libro de Stephen Hawking, 'El gran designio', ha provocado enunciando un principio científico básico: no se puede explicar ni el origen del mundo, ni nada en ciencia, mediante la religión. Es cada día mayor el espacio de los conflictos de índole religioso o étnico. No es sólo que muchas de las guerras, conflictos y atentados tengan ese sustrato, es que las noticias mundiales están cada día más teñidas de religión: la lapidación de una supuesta adúltera en Irán, el pañuelo islámico en las escuelas, los escándalos de pederastia religiosa, conflictos impensables como el que mantiene a Holanda sin Gobierno por un pequeño partido antiislámico, etc. Vuelve también el otro gran tabú, la etnia, y su afirmación racista frente al «otro», convertido en chivo expiatorio de los miedos y problemas de sociedades en crisis y políticos en apuros. El fantasma de la persecución de minorías étnicas recorre de nuevo Europa. Sarkozy despierta los viejos demonios expulsando a los gitanos rumanos, imitando al aplicado Berlusconi que ya los fichaba y perseguía, mientras crecen como enanos los partidos de ultraderecha con las banderas de la etnia (expulsar y criminalizar a los inmigrantes pobres) y la religión (antiislamismo, xenofobia e integrismo). La última payasada: un cretino, ¡de apellido Sarrazin!, autor del best seller Alemania se suprime vaticina la degeneración de la raza aria por la presencia «masiva» de inmigrantes musulmanes. Mientras, el antiislamismo, antijudaísmo, anticatolicismo, etc. crece en todas direcciones. Aquí faltan dos telediarios para que alguien levante esas banderas. ¡Ojalá me equivoque!