MEMORIA DE PEZ
Actualizado: GuardarMe sorprende la facilidad con la que una estrella futbolística pasa de héroe a villano en función del momento y de las circunstancias. Es cierto que es una ley del fútbol socialmente asumida y que lo vemos a diario en las informaciones en las que se habla del deporte rey.
Pero no deja de llamarme la atención que por una buena actuación, por un gol anotado o errado, se pueda pasar de encumbrar a un futbolista a criticarlo hasta el punto de influir en su estado de ánimo.
Hablo de lo que ocurrió el pasado martes en el amistoso de Argentina y España. Vale que al otro lado del charco viven de manera quizás demasiado intensa este deporte, que la pasión en los estadios es enorme y que hay hambre de éxito después del chasco mundialista y el espectáculo de Maradona y sus amigotes.
Pero lo que no puedo entender -aunque me alegro porque creo que se lo merece- es que hablen de Leo Messi como si fuera un dios del fútbol cuando se le ha dado tanta caña y se le ha criticado cada vez que se ha enfundado la albiceleste.
«A Argentina viene a pasear», se ha llegado a leer en la prensa deportiva. «Para eso que se quede en Barcelona»... Tal ha sido la presión a la que se ha visto sometido el astro del Barcelona que, incluso, le ha llegado a afectar en su moral. Y el reflejo claro fue cuando, en la celebración del título de Liga conquistado por los de Pep Guardiola la temporada pasada, dijo algo así como «¡aguante Argentina, la concha de su madre!». Unas declaraciones que dieron la vuelta al mundo y en las que Messi venía a decir que sentía una cuenta pendiente con su país que estaba dispuesto a pagar en Sudáfrica. No pudo finalmente ser así porque el colectivo no funcionó y la estrella no pudo brillar. De ahí que besara su escudo el martes al marcar a Reina. Fue como una liberación. Y toda Argentina, olvidadiza, aplaudió a su jugador.