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ASRHIANI, HIJA MÍA

MANUEL ALCÁNTARA
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Si en los gobiernos occidentales se lapidaran a las adúlteras no quedarían pedruscos para poner el primero en las obras que inauguran los alcaldes, ni en los que guardan en sus bolsillos los que asisten a los mítines de los partidos rivales. Esta pobre muchacha cometió el error de nacer en un sitio equivocado, del mismo modo que otras personas incurrieron en la equivocación de venir al mundo en otra época. A algunos les quemó vivos la Inquisición, pero como los tiempos adelantan que es una barbaridad, a otros les apedrean. Los prelados y los ayatolás siempre han tenido grandes semejanzas: entre otras la de ejercer la crueldad con sus semejantes. A esta criatura quieren cerrarle los ojos para que no los ponga en nadie. Se le reprocha haber mantenido relaciones con otros hombres, lo que parece indudable, aunque los jueces iraníes consideren el caso como dudoso. Puede tener suerte: Irán ha suspendido la pena por lapidación, pero quizá sea condenada a la horca. El Islam se ha quedado un tanto rezagado en cuanto al Código Penal. Entienden los castigos no como un sistema de corrección, sino como el arte de impedir que alguien pueda seguir mereciéndolos. Después de haber inventado el álgebra y el mármol redondo de las columnas, se niegan a idear cualquier modo de indulgencia para los transgresores de su código moral, sobre todo si son mujeres. Para acabar de arreglarlo, surge la figura de un pastor integrista de Florida. Hace falta ser bruto para predicar la quema de coranes. Incluso los que descreemos, con todo respeto, en las diversas religiones organizadas sabemos que no hay más que dos clases de personas: las que leen libros y las que los queman. La va a liar buena el clérigo protestante. Ha sido condenado por la UE, el Vaticano y la ONU.