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Gran Premio de la Mediocridad

Zapatero y Rajoy sin duda van a prolongar su duelo para resolver cuál de ellos es menos malo

TEODORO LEÓN GROSS
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El semanario 'The Economist' también apuesta por que las próximas elecciones en España las ganará el partido que se deshaga de su líder actual. Parece una 'boutade', pero no a la luz de las últimas encuestas. La nota de los dos mandatarios ya apenas alcanza el 3,5, y de hecho Rajoy frisa el 3. Estas calificaciones son en sí mismas unas descalificaciones. La mitad de la población, según el barómetro de verano, desaprueba el trabajo del Gobierno; y un porcentaje mayor desaprueba el trabajo de la oposición. Este es ya su único aliciente: confiar en que el rival sea aún peor.

De momento, aún lejos de los brotes verdes o la derivada ETA, Zapatero solo puede confiar en la mediocridad de Rajoy para sostenerse; pero también Rajoy fía su éxito a la mediocridad de Zapatero, viendo cómo a éste se le desmorona su electorado de semana en semana por el efecto corrosivo de su aluminosis intelectual entre improvisaciones erráticas. Esto significa que aún puede ganar cualquiera, porque, a pesar de 'The Economist', las cuadras de Ferraz y Génova no van a cambiar de caballo para el 'turf' electoral de 2012. Los partidos en España son maquinarias de control poco fluidas, armadas para evitar la disidencia premiando la fidelidad perruna antes que el talento plural. Tal vez Zapatero sí claudique, pero no por su partido, solo si necesita ahorrarse una derrota humillante en ese Gran Premio de la Mediocridad al que no faltará Rajoy, acostumbrado ya al sabor amargo del fracaso por dos veces.

Así pues, Zapatero y Rajoy con seguridad van a prolongar su competición para resolver cuál de ellos es menos malo. No resulta muy alentador, pero al menos puede ser apasionante porque los dos están a un nivel realmente malo. No hay más que ver su respuesta a la realidad. Lejos de hacer balance autocrítico ante esas encuestas que delatan su descrédito, ellos se muestran cómodos con su mediocridad, su miopía o la vulgaridad de su liderazgo a condición de poder mantener la fe en que la mediocridad, la miopía o la vulgaridad de su rival es superior. Finalmente se trata de eso.

Por supuesto, este pulso de la mediocridad no es una gran noticia para varios millones de desempleados o para quienes creen que la corrupción en Levante es un tumor mal tratado o para quienes reclaman cambios consensuados en la Ley Electoral o en Educación. Todo esto requiere liderazgos notables, no liderazgos de un 3,5 o un 3. A la política en España es un hecho que no se dedican los mejores, como ya observaba resignadamente Ortega, pero esto parece un casting de mínimos. Y es un lastre, como apunta 'The Economist', cuando los dos asumen sin más que su capital para ganar es la mediocridad del rival.