PSOE y PNV, condenados a entenderse
Los nacionalistas se disponen a aprobar los Presupuestos a cambio de contrapartidas y para evitar un adelanto electoral que podría beneficiar a Rajoy
Madrid Actualizado:Si uno prescinde de la historia, es difícil entender el acercamiento entre PSOE y PNV. Sobre todo después de los serios enfrentamientos que han mantenido en los últimos meses a propósito del Gobierno vasco, del que los nacionalistas fueron desalojados por los socialistas tras casi tres décadas de disfrute ininterrumpido. Pero los intereses inmediatos de unos y otros han prevalecido sobre los antagonismos.
Los Presupuestos de 2011 han sido el punto de encuentro. Si el proyecto no se aprueba, el presidente del Gobierno no tiene más remedio que convocar elecciones anticipadas, y en estas Mariano Rajoy tiene casi todas las cartas para instalarse en la Moncloa. Un escenario que preocupa al PNV, más aún si el PP se alza con la mayoría absoluta, hipótesis que a día de hoy no es descartable. Los nacionalistas saben que su situación en Euskadi se complicaría sobremanera con los populares en el Gobierno de Madrid y de socios determinantes de los socialistas en el Ejecutivo de Vitoria.
Se suele decir que la política hace extraños compañeros de cama, y en este caso la máxima es aplicable a ambos partidos, desde hace muchos años. Sin necesidad de remontarse a la Segunda República, cuando socialistas y nacionalistas compartieron el Gobierno de España, ni tampoco al Ejecutivo vasco en el exilio durante la dictadura franquista, en el que PNV y PSOE estuvieron juntos hasta el final, ambas formaciones han mostrado tener en los últimos años una sintonía poco usual entre un partido laico y progresista y otro confesional y conservador.
Entre 1987 y 1991, se repartieron los sillones del Gobierno vasco con el 'lehendakari' José Antonio Ardanza y el socialista Ramón Jáuregui en los puestos de mando. Tras una breve interrupción de nueve meses, reeditaron la coalición entre 1991 y 1998. De forma paralela, Felipe González y el entonces líder del PNV, Xabier Arzalluz, forjaron múltiples acuerdos, y hasta llegó a sopesarse la posibilidad de que un nacionalista fuera ministro en el Gobierno socialista. Entre ambos había «química», cuenta un dirigente socialista que conoció de cerca aquella relación, y que también comprobó la proximidad del entonces líder nacionalista con Txiki Benegas y el ex ministro José Luis Corcuera.
Hasta que el Partido Socialista de Euskadi rompió la entente por los enredos del PNV con Batasuna que precedieron al acuerdo de Lizarra de 1998. La deriva soberanista que marcaron Arzalluz y Juan José Ibarretxe al partido nacionalista motivaron un alejamiento de los socialistas que parecía tener un viraje difícil. El rumbo del PNV solo volvió a las coordenadas autonomistas con la llegada de Josu Jon Imaz al frente del partido en enero de 2004. Dos meses después, José Luis Rodríguez Zapatero se estableció en la Moncloa. Una coincidencia política y temporal con la que restablecieron las complicidades de antaño y restañaron viejas heridas gracias, sobre todo, a la estrecha relación que fraguaron ambos líderes en poco tiempo. La luna de miel, sin embargo, también fue breve porque Imaz no soportó las presiones internas y en aras de evitar una nueva escisión en el partido tiró la toalla a los tres años.
Agravio
Las elecciones vascas de 2009 estuvieron a punto de arruinar todo. Los nacionalistas fueron el partido más votado, pero la alianza de socialistas y populares aupó a Patxi López a la 'Lehendakaritza' y arrojó al PNV a la fría oposición, un terreno que no habían pisado en 30 años de democracia. El desplazamiento instaló una sensación de agravio en el discurso nacionalista que parecía difícil de superar.
El PNV, sin embargo, no exportó la inquina a Madrid, salvo algún que otro ramalazo parlamentario de enfado, y optó por acercarse a Zapatero para poner en evidencia al nuevo 'lehendakari' y demostrar que, aun fuera del poder, su labor por Euskadi era más eficiente que la del Gobierno de los vascos. El año pasado, con la herida del desalojo aún sangrante, los nacionalistas vascos permitieron que se aprobaran los Presupuestos a cambio del blindaje del Concierto Económico, el régimen foral que disfrutan el País Vasco y Navarra. Una tarea que correspondía al Ejecutivo de López, pero que este no tuvo más remedio que aplaudir después de mirar los toros desde la barrera. Este año, el objeto de la discordia son las políticas activas de empleo. El Gobierno de Vitoria se conformaba con un traspaso de competencias valorado en 300 millones de euros. El PNV dice que no, que se tiene que cuantificar en 480 millones y si no es así, el PSOE puede despedirse de su apoyo para sacar adelante las cruciales cuentas generales del año próximo.
Un órdago al que el Ejecutivo tiene material con qué responder. «Habrá Presupuestos», dicen convencidos en el equipo gubernamental que negocia las cuentas. «No van mal las cosas», apuntan en la contraparte nacionalista. Un veterano parlamentario del PSOE que ha negociado mil veces con el PNV también está persuadido de que, al final, habrá pacto. Los nacionalistas, dice, van siempre «a las claras» y si quieren negociar «son pragmáticos y no piden imposibles».
El PNV, explican varios dirigentes socialistas, se siente cómodo cuando es una pieza fundamental del juego político español. Los Presupuestos ofrecen una ocasión inmejorable para desempeñar ese papel.
Pero no es la única razón de su disponibilidad. El PNV es, junto al PSOE, el partido que menos quiere un adelanto electoral que sería la lógica consecuencia del rechazo del Parlamento a las cuentas públicas. Unos comicios legislativos en la primavera próxima polarizarían al electorado entre PSOE y PP y minarían las perspectivas nacionalistas en las municipales. Es más, reforzaría el tutelaje de los populares sobre los socialistas en ayuntamientos y diputaciones forales, un escenario que implicaría la pérdida de más poder institucional para el PNV.
Reticencias
Por esta razón, los nacionalistas han introducido en las negociaciones presupuestarias, de tapadillo y sin que trascienda demasiado, la demanda del respeto a la lista más votada en las convocatorias electorales. Un planteamiento que para el PNV tiene sus costes porque limita su política de pactos con otras fuerzas nacionalistas para gobernar, pero que aseguraría su control sobre corporaciones vitales para sus intereses políticos.
Todo este panorama ha sido suficiente para vencer las reticencias de los nacionalistas hacia Zapatero. En el grupo vasco del Congreso los epítetos de «sinsustancia e inconsistente» dedicados al presidente del Gobierno han sido moneda corriente. Mas la relación entre el jefe del Ejecutivo y el presidente del PNV, Íñigo Urkullu, es «sólida», al decir de colaboradores de ambos. Las conversaciones telefónicas entre los dos son frecuentes y el líder nacionalista ha visitado el palacio de la Moncloa con discreción en más de una ocasión. Así las cosas, PSOE y PNV se encaminan una vez más a ser salvavidas uno del otro aunque sea a costa de colocar en una más que difícil situación al Gobierno del socialista de Patxi López, de nuevo convidado de piedra.
Zapatero tuvo muchas dudas sobre la inteligencia de bendecir el acuerdo entre sus compañeros en Euskadi con el PP para arrebatar Ajuria Enea a los nacionalistas. El tiempo no ha hecho más que alimentar aquellos titubeos.