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Rafaelillo tuvo que dar la vuelta al ruedo en vaqueros. :: MIGUEL TOÑA
Sociedad

Uno de Escolar más bondadoso que fiera

Rafaelillo, distinguido con el toro complicado de la corrida y con el mejor de los seis. Cumple con autoridad Morenito de Aranda

BARQUERITO
BILBAO.Actualizado:

Fue bello y bondadoso el toro de Escolar que abrió corrida. Sacudido y descolgado, dio en báscula 562 kilos sin aparentarlos, pero los tendría. Tomó corrido un primer puyazo y se escupió, como suele suceder en esos casos. Pero se empleó en el segundo, y se fue suelto del tercero. Lo propio de la ganadería de Escolar es la fiereza. Parte de la fiereza, su entrega en el caballo. Ni lo uno ni lo otro. Sino todo lo contrario: ligeras distracciones del toro, que no llegó a humillar, pero tuvo son al tomar los engaños. El son del ir y venir, y volver a hacerlo, que fue la nota que distinguió a los tres toros más claros del envío. Los cuales estaban abiertos en lotes. Ese primero de El Fundi, que es quien mejor conoce la ganadería porque es quien la tienta; un tercero paradito pero de mucha nobleza; y un quinto de embestidas al ralentí y, por tanto, no sencillas, pero agradecidas y fiables. Muy duro de manos, el segundo, con la cara arriba y cierta listeza clásica de su encaste, fue el más complicado, y en realidad el único de los seis con recámara. No perdonó a Rafaelillo el primer y único descuido o exceso de confianza y, como era pegajoso, hizo hilo con él en un muletazo mal medido y resuelto.

La persecución concluyó con cogida por la espalda, un pitonazo por encima de las corvas y la taleguilla destrozada por la culera. Un desaire, pero los toreros se sobreponen a eso y más. Después de la voltereta, y del milagro de salir ileso del trance, Rafaelillo se engalló y se hizo dueño de la situación. La faena pasó a ser de pelea y, como casi siempre que hay pelea, ganó Rafaelillo. La astucia de abrir el toro y de torearlo, por eso, despegado; la inteligencia de manejarlo; el valor para tragar miradas inquietantes. Un pinchazo, una estocada corta y delantera, siete descabellos porque el toro no descubrió.

Faena de conmover

Ni el cuarto ni el sexto entraron el cupo de los de verdad bondadosos. No salió malo ninguno de los dos. El cuarto lució soberbio porte. Uno de los toros mejor hechos de toda la semana, si no el mejor de todos. La estampa inigualable del Saltillo clásico. En hondo. El toro romaneó en la primera vara pero no pudo más que hacerse columpiar al caballo. Elástico y bien educado, el caballo, un tordo que ha salido a picar los toros de más cuajo durante toda la semana, supo acostarse lo justo como para contrapesar el ataque del toro como si lo lastrara.

Esa hermosura de toro, sin embargo, se «agarró al piso». El sexto, cornipaso y veleto, y un punto carivaco, fue lo que los profesionales llaman un toro feo, porque no apetecía ponerse delante de tanta envergadura. Parecía que iba a tener que ser apuntillado pero, izado por el rabo entre varios y al cabo de mucho emplearse la grúa, acabó dejándose. Le anduvo valiente Morenito de Aranda.

Esa serenidad de Morenito, y su decisión y su acierto con la espada, fueron la nota distinguida de su estreno en el abono de Bilbao con una corrida que se presumía de quinario.

Pero pareció que, si hubiera sido de las de padecer, Morenito habría podido con ella con parecido arranque: buena cabeza, resolución, facilidad. Para templarse de salida con el tercero en lances de irregular encaje pero buen vuelo; y para tirar paciente del toro a la voz pero con el engaño puesto cuando vino la hora de pararse y de no dudar, Morenito.

El Fundi no tuvo opción de dejar ver lo rico que es su repertorio a la verónica, porque ni el primero ni el cuarto. A uno le pegó muchos pases, como si discurriera que, a base de tesón y paciencia, el toro se le acabaría dando. Se puso muy encima del cuarto, descubrió que la mano izquierda tenía su trato pero ya era tarde, porque el toro se apagó.

La faena de vibrar y conmover fue la de Rafaelillo al quinto, que salió escopetado y a cañón, y resultó el de más vida. Rafaelillo se lució en unos lances de salida que parecían fotos de verónicas de las de Diego Puerta: muy abierto el compás, los vuelos por delante, el viaje en línea. Antes de estirarse, Rafaelillo le había pegado al toro en el tercio dos temerarias largas cambiadas de rodillas. El trotecito guasón en banderillas, tan de saltillo, fue engañoso. Y también sus primeras embestidas punteadas, justas de gas y parecía que algo inciertas por rebrincaditas. No importó. Un pinchazo, una estocada, un descabello. Encima de la taleguilla rasgada por la cogida del segundo toro, Rafaelillo se había calzado unos vaqueros recortados a lo pirata. Con ellos dio una vuelta al ruedo bien celebrada.