Opinion

El sueño de Mohamed

Marruecos ha ido construyendo una endemoniada red de dobleces diplomáticas y artificios conflictivos

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El sueño quimérico de Mohamed VI rey de Marruecos y Comandante de los Creyentes sería tomar algún día el cous cous en la plaza mayor de Melilla y que al atardecer le sirvan un té humeante y aromático mirando al mar desde el paseo marítimo de Ceuta. Y luego, volando en su mágica alfombra Boeing 747 aterrizar en El Aaiún con tiempo para cenar una sopa de calabaza con harissa y una 'pastilla' de pichón muy aromatizada con jengibre, comino y cilantro. El hijo de Hassan II dormiría después plácidamente, satisfecho de haber reconquistado la mitología que sus mayores convirtieron en el designio de la integridad territorial de la nación desde la independencia en 1956. Pero ese espejismo del desierto choca con la realidad de un territorio autónomo como el Sáhara cuya soberanía alauita no reconoce ningún país del mundo; y con la incuestionable materialidad social, histórica y cultural española de las plazas enclavadas en el norte.

Entre el sueño y la pesadilla, con la memoria de la gran victoria de la Marcha Verde que interrumpió el proceso de descolonización española en la tierra de los fosfatos, Marruecos ha ido alimentando la ilusión y construyendo una endemoniada red de complicidades políticas, dobleces diplomáticas, artificios conflictivos, que constituyen el arcano capaz de revelar porque Rabat pasa del amor al odio, de la cooperación al recelo, de la amistad al resentimiento. Explican Perejil, la tensión fronteriza en las ciudades autónomas, los juegos de embajada o las sorprendentes espantadas del rey moro cuando hay que celebrar una cumbre bilateral. Ha ido construyendo con los años un doble lenguaje que se impulsa desde Palacio hacia España. Porque se firman tratados de amistad y se cultiva, al mismo tiempo, la imagen del 'enemigo español' extraordinariamente útil para desviar la atención de la política doméstica. Un incidente menor como el apresamiento de un pesquero de bandera marroquí desencadenó la infantil ocupación del islote de Perejil. Las negociaciones con la UE sobre cuotas de pesca pudieron incitar avalanchas de ilegales. O, como estos últimos días, una inhabitual presencia de agentes del CNI y su creciente actividad en el norte de Marruecos, el pulso fronterizo sobre las ciudades autónomas con la excusa de maltrato policial a viajeros magrebíes.

Si Hassan II 'reconquistó' en el ocaso del franquismo los territorios españoles en África como describe la historia local, en Rabat no desesperan de abrir algún día el debate internacional sobre la soberanía de las plazas españolas. O, a caballo de un vuelco demográfico no lejano, poder aplicar la incipiente Carta Nacional de Descentralización de Marruecos para ofrecer a Ceuta y Melilla una 'amplia autonomía'. Eso si, bajo soberanía de Marruecos y con un wali o gobernador local al mando de la plaza.