Una historia de supervivencia
Mineros y familiares se aliaron sin saberlo con una fe ciega en su localización pese a que los especialistas pensaban en lo peor
BUENOS AIRES. Actualizado: GuardarUn día después del impactante vídeo de los mineros atrapados en el yacimiento San José del norte de Chile, sus familiares también se pusieron delante de la cámara. Como no pueden comunicarse directamente para evitar crisis de ansiedad utilizan otras vías. Primero habían sido la cartas y ahora llegan las imágenes. Supervisados por psicólogos, esposas, hijos y madres se forzaban a hacer bromas. El empeño por disimular la angustia era conmovedor.
Los sentimientos son extremos tanto en la superficie como en el refugio a 700 metros de profundidad donde se encuentran los 33 operarios atrapados desde hace 24 días. Se pasa de la angustia a la euforia y de ahí a la depresión. Pese a las circunstancias, hay familiares que manifiestan una capacidad de adaptación admirable. Animados tras ver en el vídeo a los mineros flacos y con barbas largas, bromean diciendo que parecían convictos por quien sabe qué delitos.
También en en el yacimiento hay quienes tienen fuerzas para reírse de su aspecto. Uno de los mineros mostraba en la grabación los rostros peludos de sus compañeros y se mofaba de uno de ellos. «Tiene esperanza de que le crezcan pelos también aquí», decía apoyándole la mano en la calva. Los responsables del rescate cuentan que por la sonda con la que se comunican los mensajes son increíbles. «Nunca estuve tanto tiempo adentro. Firmado: el eyaculador precoz», decía un texto anónimo. Otro pedía una revista de punto y dos agujas para amenizar la espera.
Ahora que están mejor alimentados, los operarios recibirán rutinas de ejercicios, juegos de mesa, libros, música y un proyector con películas. Seguramente habrá vídeos de Maradona, Pelé y Ronaldinho. Nada que genere ansiedad. La espera será larga. Eso sí, este fin de semana ha comenzado a operar la perforadora que abrirá un canal de casi 70 centímetros de diámetro para sacarlos. La faena llevará al menos tres meses. Una vez consolidado el pozo, cuatro especialistas bajarán para ayudar a sujetar a los mineros a las camillas con las que los irán subiendo en ascensos que pueden durar una hora.
El jefe del equipo de rescate, André Sougarnet, ayer aseguraba que tienen un plan B, y también uno C y D. En esas opciones radica la esperanza de traerlos antes de lo previsto, pero no quieren dar detalles para evitar frustraciones.
Cambio de turno
El turno estaba cumplido aquel 5 de agosto para los operarios. Era el momento del relevo cuando se produjo el desplome. Transcurrieron cinco horas sin poder ver lo que había ocurrido hasta que el polvo se disipó y advirtieron que una roca había cerrado el túnel. Estaban atrapados. Eran 32 chilenos y un boliviano. Pensaron que los compañeros que venían a relevarlos habían perecido. Intentaron escapar por la chimenea, pero faltaba la escalera de emergencia. Poco después esa vía de evacuación también se cerró por un desplome provocado por los equipos de rescate en las primeras 48 horas tras el colapso.
El escenario se instaló entonces en la superficie. Las familias levantaron un campamento en la mina, en medio de las montañas del desierto frío de Atacama, a 60 kilómetros de Copiapó, la localidad más cercana. Si no fuera por su persistencia, sus amenazas de inmolarse, la historia hubiera sido distinta.
La presión fue inmensa sobre las autoridades, pero el pesimismo todo lo teñía. A medida que pasaban los días, los psicólogos preparaban a los equipos de rescate para encontrarse con cuerpos putrefactos y los funcionarios advertían de lo difícil que sería encontrarlos con vida. Pero todo cambió para siempre el pasado domingo. Ese día, una sonda alcanzó su galería. «Estamos bien en el refugio los 33», alcanzaron a escribir en un mensaje cuando devolvieron el contacto. La noticia desató una ola de júbilo. Desde entonces, el escenario principal se trasladó bajo tierra. Estaban vivos, algunos cerca de morir de inanición.
Los trabajadores salieron adelante gracias a la capacidad de organización para sobrevivir en condiciones extremas. Las jerarquías nunca desaparecieron en el yacimiento cuando creían que habían quedado sepultados para siempre. Al día siguiente de su localización, un minero anónimo cogió abajo la llamada del ministro de Minería, Laurence Golborne, y tras los primeros saludos dijo: «Le paso con mi jefe». Era Luis Urzúa, jefe del turno.
Aún sin saber que los encontrarían, los mineros se habían impuesto un plan de supervivencia. Comían pequeñas raciones de atún cada dos días, tomaban agua y leche en dosis mínimas, y habían determinado áreas para el sueño, la comida y la higiene. No permanecían solo en el refugio de 50 metros cuadrados. Se movían también por los túneles.
La luz la obtuvieron de dos vehículos. El agua les llegó de una filtración. No era agua segura. Muchos sufrieron diarreas, pero sobrevivieron. Ahora reciben alimentos. Este fin de semana, por la sonda o «cordón umbilical», como muchos la llaman, llegaron huevos duros, jamón y dulce de naranja. No pueden recibir el tabaco que algunos reclaman. A cambio les enviaron chicles de nicotina.
Una vez que se asegura la supervivencia, los retos son todavía inmensos. Algunos comenzaron a manifestar síntomas de depresión y se procura un tratamiento coordinado desde la superficie con fármacos y terapia a distancia.