GASTRONOMÍA

Paisajes irrepetibles

La Casería de Ossío, en San Fernando, tiene a pie de agua dos de los establecimientos más singulares de la Bahía, donde se come con vistas desde un excelente menudo ‘reposado’, unas papas aliñás o hasta pescado recién cogido

CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Es el lugar secreto de mucha gente de San Fernando e incluso de la Bahía de Cádiz. Es donde se lleva a alguien de fuera para sorprenderle porque sin duda es un lugar irrepetible, la playa de la Casería de Ossío. No se hagan ilusiones, la playa casi no existe, pero sí un pequeño y desvencijado puerto de pescadores. Hay barracas, como de película, que sirven para que los de la mar guarden sus avíos, aunque aún por allí vive alguien cerca de un cuadro de la Virgen, esa a la que agarrarse cuando se ha perdido ya todo.

La Casería de Ossío es el sitio más humilde de San Fernando. Casitas bajas, una plaza en medio con iglesia y estatua y ahora tres inmensas torres de pisos con vistas privilegiadas pero completamente vacíos por culpa de una bronca urbanística.

El paisaje es singular, de foto, de sitio para iniciados, de lugar que no puede figurar en las guías pero al que va todo el mundo. A orillas del mar se ubican dos establecimientos singulares: el merendero La Corchuela y la Taberna del Titi o Casa Bartolo, hay donde elegir.

Todo llama la atención. Parece que estamos en otro tiempo. En La Corchuela se come uno de los mejores menudos de la Bahía, menudo con vistas al mar. Mientras esperas que se enfríen los garbanzos, adornados con su matita de hierbabuena, pasan unos chocos recién ‘pescaos’ y de olor a bendición. Mari Carmen Prieto, que lleva las riendas de la cocina, te sirve el menudo ‘reposao’ porque de olla express nada. Muchas horas cociéndose a fuego lento y después el menudo pues casi echa la siesta ‘reposando’ hasta que se sirve ‘ya descansao’ al día siguiente. «Así es como está bueno», señala Miguel Muriel, el marido de Mari Carmen y alma mater del último merendero de la Bahía.

A pocos metros, en Casa Bartolo, te puedes comer unas papas aliñás casi mojándote los pies porque algún día de marea alta hasta ahí llegaron las aguas, pero nunca pasa nada, aunque aquí no es Moisés el que las para. Se quedan ‘quietas’ con las papas aliñás de Ana Muñoz. «Un día unos se las llevaron para Murcia», señala orgulloso su hermano Bartolo, uno de los hijos de ‘El Titi’ que ya murió. No es raro encontrar en el establecimiento a cantantes, literatos y famosos en general, aunque Bartolo, la estancia que recuerda con más cariño era la de Camarón, cuya foto, rodeada de plantas, preside el comedor que da a las chabolas de pescadores.

No se esperen lujos, sólo los del paisaje que es de 4 tenedores por lo menos. No hay camino de entrada, sino una gran explanada mezcla de arena de playa y piedras por donde se accede a los dos locales. Hay que ir dos veces porque los paisajes, sea de día o de noche, son más que diferentes. Si miras ‘palante’ se ve toda la Bahía con el pilote número 13 del puente de La Pepa ya mandando en el horizonte. Si mirás para atrás los 3 bloques de pisos vacíos.

La historia tiene ya cerca de 100 años. Era por 1934. Lo pone bien clarito en la entrada de la taberna del Titi coronada por la quilla de un barco pesquero pintada en un verde más que llamativo. Antonio ‘El Cacho’, animado por su mujer, Antonia Muñoz Márquez, arreglaron como pudieron un viejo almacén de pescadores y lo transformaron en una modesta taberna donde ponerle una copita de vino a los pescadores que faenaban en el interior de la Bahía. La cosa se mantuvo y era una ayuda para la familia. El negocio lo heredó el hermano de Antonia, Bartolomé Muñoz Márquez.

A su muerte, y tras pasar por las manos de varios de sus hijos, ya en 1985 queda a cargo de los hermanos Bartolomé y Ana Muñoz, que fueron los que decidieron ya darle otro aire al negocio sirviendo algo más que el pescado frito y unos pimientos que se ponían hasta entonces.

La estética del local es de las que llama la atención. Fue Bartolo, que trabajó de joven en una empresa de muebles, el que se ocupó de la decoración. Con unas maderas construyó la terraza exterior y pintó el local de llamativos colores verdes, azules y amarillos. «Esto parece Cuba», le comentan: «Si ya me lo han dicho muchas veces, pero nunca he estado allí», sentencia Bartolo, que nunca pierde la sonrisa aunque se confiesa un hombre de pocas palabras. En la cocina Ana, su hermana, 69 años ya, pasa por la plancha unas magníficas sardinas bien gordas hechas ‘a la cochambrosa’, sin quitarle nada, para qué. Es toda una maestra en asar chocos. Los hace sucios o limpios, como los quiera el cliente, depende de si quiere que se le quite la tinta o no. Ella los prefiere limpios. «Aunque te confieso que así no me gustan. Mira ahora, estoy haciendo un guiso de papas con chocos, esos si me los como».

La carta no es muy amplia, además de las papas aliñás y los chocos hay cazón en adobo, pimientos fitos, zapatillas (doradas pequeñas), róbalos (nombre de la lubina en Cádiz), caballas, ahora que es temporada, boquerones, ortiguillas y si los pescadores los cogen, lenguados de estero, otra delicia para el paladar.

Desde la mitad de los 50, en 1995, cree Miguel Muriel, que fue, existe un segundo local en la playa. Enrique Muriel Venero, trabajaba en La Bazán, como medio San Fernando. La familia era numerosa: 8 varones y 4 hembras. Para poder darles de comer Enrique cogió unos cañizos y puso en marcha el merendero La Corchuela para darle una copita a los pescadores de la zona. María Rondán González, su mujer y los hijos mayores ayudaban mientras que su padre echaba la faena en La Bazán.

Lo de La corchuela se lo pusieron porque es una forma de pesca muy utilizada en San Fernando y lo de merendero porque por entonces a este tipo de establecimientos situados fuera de la ciudad se les ponía este título. Si en ‘El Titi’ llama la atención el exterior en La Corchuela hay que prestarle especial atención a lo que sirven dentro de los platos. Curiosamente lo que tiene más éxito es un plato no precisamente marinero, el menudo. La receta tiene más de 50 años. Lo empezó a hacer María Rondán González, la madre de Miguel, el actual propietario. Fue de lo primero que pusieron ‘de comé’ en el establecimiento. Luego María le transmitió la fórmula a su nuera, Mari Carmen Prieto Muñoz Cruzado que es la que lo hace a diario. Lleva, además del menudo, jamón, chorizo y tocino ‘picaito’ y su matita de hierbabuena. Rivaliza en el primer puesto de ventas con otro plato carnívoro, la carne al toro. Éste lo aprendió Mari Carmen de su madre, Margarita Muñoz Cruzado. Luego ya vienen las especialidades marineras, los chocos a la plancha, las cañaillas de la Isla, las coquinas, la anguilla frita, cuando la hay, un pescado de estero de sabor muy personal y también róbalos, sargos o mojarras.

Mari Carmen también hace paella al mediodía, de la de toda la vida, con su poquito de carne, junto a los tropezones de marisco y pescado. «Todo sencillo», resume Miguel en dos palabras, pero lo sencillo es muchas veces sinónimo de exquisito.

Ahora, con casi un siglo de historia tras de si, los dos bares irrepetibles de la Casería penden de un hilo. La ley de Costas sentencia que hay que tirarlos y los planteamientos son ‘acondicionar’ esta zona, una de las pocas que permanecen en estado salvaje en San Fernado. Aunque se espera un acuerdo entre todas las partes para poder montar los dos bares cerca de donde están, las dos familias de propietarios prefieren no hablar mucho del tema. Lo único que quieren es que les dejen como están.