Pelea de gallos, pero menos
Entrega de Ponce con un manso y garbo sencillo, autoridad y dominio de El Juli con un sobrero cinqueño
BILBAO.Actualizado:Dos enormes toros de Bilbao para abrir boca y cortar la respiración. Remangados de pitones, amplísimas pechugas frondosas y un lustre nada común, ni siquiera en pintas rubias. El primero, pegado en exceso en varas por Manolo Quinta, tendió a quedarse corto y defenderse entonces, tuvo frágil fondo y se frenó sin aviso. Ponce estuvo hiperactivo y en muy corto tramo le pegó unos cuantos muletazos de más. De pronto hizo gestos a la galería de que el toro no servía, por si alguien no se había dado cuenta, y rindió cuentas de estocada caída, ladeada y tendida. Y sin muerte. El toro se aculó en tablas, se echó, se levantó y volvió a echarse.
Al segundo, tan hondo como el quinto que completaba lote, lo recibió El Juli con cinco despaciosos lances de manos bajas pero sin apenas eco. Dos tandas finas. Al abrirse, el toro ya buscó con la mirada las tablas. Era su sino. El Juli se cambió de mano. Del tercer viaje ya salió el toro de naja. Intentos de sujetarlo que fueron estériles. Ni en la paralela de tablas ni mucho menos en la perpendicular resistió el toro un segundo viaje. Sin perder tiempo, cambió Julián de espada y cobró un sopapo marca de la casa.
También al tercero lo había intentado fijar con un par de lances a pies juntos; luego, hubo que abrir el compás. Lances de torsión exagerada. Con sus virtudes y sus pegas, ese tercero se empleó sin pruebas. Por la mano incómoda, la derecha, Manzanares le pegó de uno en uno muletazos tapados bien compuestos; por la izquierda, se rompió más. A la faena, larga y justa de imaginación, le faltó continuidad. Una trinchera enroscada muy bonita. Media estocada cobrada a paso ligero. Los capotes de brega hicieron tragarse la otra mitad de espada al toro, que no se echaba. Un aviso. Dos descabellos.
El cuarto, único negro del envío, destartalado, fue de basto remate. Se quitó el palo o protestó. Ponce no dejó a El Juli entrar en su quite y, aunque no era toro para quitar, se dejó ver el detalle. Ponce, por cierto, quitó por delantales discretos. Después de una notable tanda con la diestra sacada a pico del hocico, este cuarto iba a rajarse con bastante peor estilo que el segundo. De mansa manera. En tablas le buscó las vueltas Ponce en una pelea muy pundonorosa, de habilidad y riesgo porque se podía tapar al toro pero costó aguantarle los arreones. La cosa estuvo clara enseguida y la pelea, ganada muy resueltamente por Ponce, que se empeñó en prolongar el número de asaltos cuando el toro ya estaba KO y deseando irse. Y se fue. Costó igualarlo y sujetarlo más que gobernarlo y al fin cobró Ponce un bajonazo. Los mulilleros tardaron un siglo en enganchar al toro y se espantaron los caballos tres veces, pero no cundió una petición de oreja minoritaria. Pese al bajonazo, Ponce se pegó una vuelta al ruedo amilongada y de muchos golpes de pecho.
El quinto, tremendo, quiso hacer el llamado salto de Fossbury pero no pudo con el listón cimero de la barrera y se lesionó.
Estaba muy agitado. El Juli le pegó cinco lances calmantes y bien dibujados. En dos varas el toro empujó con el cuello y no los riñones, se fue al suelo, lo devolvieron. Saltó un sobrero cinqueño y atacado de kilos, colorado ojo de perdiz, de la parte ya no tan nueva de Ortigao Costa -de El Torreón-, noblito y bueno. El Juli quitó por chicuelinas después de dejar al toro soltarse y, en fin, lo cuajó de muleta después con su autoridad de tantas tardes: en los medios, con precisión algebraica, con la pureza del toreo de poder y temple: enganchados por delante los muletazos, cosidos sin perder pasos, larguísimos los naturales, codilleritos los pases con la diestra para mecer al toro por la mano que más costaba.
Julián resolvió con un molinete el trance: detalle muy notable. La igualada sencilla y segura, caído de hombros Julián, y una estocada ligeramente desprendida.
Manzanares salió arreadito después, pero no por todas. Con el ambiente a favor como si soplara el viento de popa. A mitad de faena, servida por música generosa, faltaba todavía una tanda limpia y redonda. La música fue sordina para las voces exageradas en los cites. Cambios de distancias y de mano, como si Manzanares tocara toca las teclas a la vez. Una tanda de muletazos rehilados sin soltar toro. La belleza de otra con la zurda. Una buena estocada.