El diestro francés Sebastián Castella da un pase a su segundo toro de la tarde. :: EFE
Sociedad

Joselito echa un magnífico toro

Leandro Marcos, lo torea con primor y asiento; notable faena de Castella, mientras que Morante no brilló

BILBAO. Actualizado: Guardar
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La tromba templada de los toros que no se hacen de rogar ni esperar. Tampoco se escondió Leandro Marcos, que, sustituto del herido Cayetano, era debutante en Vista Alegre y sorprendió a quien no lo conociera. Sorprendió, primero, su sitio. La buena colocación, fundamental con toros como ése. Y, luego, la limpia y refinada manera de tocarlo, traerlo y llevarlo, y hasta de atreverse a mecerlo en muletazos espléndidos: los primeros de tanda, cobrados por los vuelos, a cuerpo gentil y en larga distancia; una trinchera ligada con uno previo de pecho de caro compás; los cambiados de remate de las que fueron más vibrantes tandas, las tres primeras. Más vibrantes no sólo porque, casi crudo, el toro atacó entonces de aquella manera. También porque el encaje del torero fue más severo. Parecía Leandro dispuesto a todo. A cuajar en Bilbao un toro, por ejemplo.

Fue exagerada una cuarta tanda con cite de largo larguísimo, y tan largo que puede que no llegaran ni a divisarse las dos partes. Los toros no son máquinas y éste quería justo entonces, o parecía quererlo, un cambio de mano, terreno y distancia. Por donde se había revelado la calidad del toro era por la mano izquierda. Y escandalosamente. Pero iba la función por la mitad y Leandro sólo se había dejado ir con la derecha. Tiene enseñado un sabio Benjamín Bentura Remacha que lo difícil es torear con la derecha y no con la izquierda. Pero picaba la curiosidad de saber si el toro iba a entregarse con el mismo ritmo. Y si iba a animarse el torero a echar más leña a la caldera. El ambiente era propicio.

Leandro se descalzó, que es casi costumbre en Bilbao aunque no llueva. Pues el tono con la mano izquierda no fue el mismo. Muletazos más embraguetados por ese pitón, pero de mayor apuro y menor compás: algún enganchón, que no convino, uno de pecho a pies juntos primoroso, y el toro pareció puntear dos veces la tela.

También escarbó, una sola vez, pero lo vio todo el mundo. Leandro no insistió con la llamada «mano de los millones». Y esa duda quedó, porque en los muletazos de postre o remate, genuflexos y en amplias roscas, el toro tuvo la feliz idea de hacer el avión por las dos manos. Para delicia de todos. Una embestida así de bella place a quien sea. Y, luego, Leandro no se decidió con la espada.

Una estocada habría sido rúbrica y triunfo. Sonó un aviso tras dos intentos nada convincentes. Al toro le pegaron en el arrastre una ovación de gala. Ese toro tuvo la potestad privativa de los últimos de corrida, que son los que marcan el sabor de boca del convite. Pulgar arriba.

No sólo salvó la corrida, que, de muy desigual cuajo, había dado dos toros de buen aire -un bravo segundo y un noble tercero, con el que anduvo seguro y acoplado el propio Leandro- y tres que no tanto, sino que fue su protagonista. Dos de los toros que no tanto entraron en el lote de Morante. El primero de la tarde no parecía de Bilbao sino de Arrigorriaga, como cuenta el chiste de un paisano que pretendió afeitarse sin jabón o comer demasiadas guindillas o algo así y se le saltaron de dolor las lágrimas. En Bilbao no se puede llorar. Se fue el toro al suelo varias veces. Una birria.

El cuarto, colorado, hermoso, con cara de embestir, acusó un lesivo puyazo trasero y tal vez por eso, o no sólo, fue de medios viajes y de enganchar telas en los remates. Morante estuvo muy chillón, abusó de torear al hilo, como algunos de los grandes clásicos, y aunque algún garabato fue precioso, la cosa no tuvo son. Con el frágil primero Morante pecó de imitarse a sí mismo.

El segundo de corrida salió muy en el tipo bueno de lo de Salvador Domecq: la pinta albardada, los pitones amplios pero recogidos, el hocico blanco, las cañas finas, el tronco largo, bajo y elástico. Al rematar sufrió un estrellón, pegó dos perdigonazos, se fue al caballo dos veces en viajes de exhalación y por su cuenta, picó con gran puntería Josele, quitó sin asiento Castella por chicuelinas desdibujadas y el toro siguió arreando después de banderilleado. Castella abrió faena con su pase cambiado de repertorio propio, la gente se dejó impresionar y se creó expectación. Era toro para Castella, porque apretaba y repetía. Y, sin embargo, no se acopló el torero francés, que en los viajes largos toreó por arriba y por abajo en los cortos, y la sensación era de que procedía justamente lo contrario. Un poco acelerado el ritmo de la faena, un desarme, dos desafiantes cambios de mano.

Media estocada. Fuertes las palmas para el toro. Más corteses para el torero.