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Sergio Aguilar, en el momento de ser prendido por su enemigo. :: ALFREDO ALDAI / EFE
Sociedad

Sergio Aguilar, gravemente herido por un ejemplar de Alcurrucén

Un astifino toro le atraviesa con el pitón la mandíbula tras pegarle previamente una cornada en el muslo

BARQUERITO
BILBAO.Actualizado:

Abrió un toro melocotón y calcetero que, frío de salida, se blandeó en el caballo con genio, cobró de verdad en tres varas y salió del combate sangrado, dolido e indispuesto. «¡Sacamantecas!», le espetó al picador de turno un paisano de una grada. Los puyazos no sirvieron para domar al toro, que fue de una electricidad formidable. Embestidas de bólido, descompuestas, ráfagas de metralla. No le dio tregua a Barrera, lo desarmó dos veces, lo tuvo encañonado otras tantas. Cuando Barrera le levantó la mano, se le metió por debajo de los vuelos. Contará al cabo de la semana como uno de los más difíciles de la feria. Listo, agresivo, pendenciero, muy armado y con pies. Un pinchazo y una estocada.

Retinto de amplia cofia y generoso trapío, el segundo fue de partida corretón y, enseguida, de pasos felinos. Protestó en el caballo y zurció a cornadas un peto blindado en una primera vara, que fue de las de bajar humos y dejar suave. Sergio Aguilar dejó que el toro tomara un segundo puyazo al relance. Bolívar salió a quitar por saltilleras o valencianas y, fiado del toro, Aguilar brindó al público.

Muy decidido el arranque, bien sujeto Sergio, que por la mano derecha se encajó, ajustó y acopló. Toques y no enganches, algo suelto de engaño el toro, que quiso menos en una segunda tanda tan firme como la primera pero de no tanta inercia.

Se pidió música. El palco esperó a ver al torero con la mano izquierda.

Una prueba sin éxito y, al primer intento en serio, zarpazo del toro que, en un gancho, se le vino a Sergio a la pierna, lo levantó con una facilidad increíble y lo hirió certero mientras se lo echaba literalmente a los lomos. Sobre ellos cayó Sergio como si lo hiciera en blando. Los que ven las corridas con prismáticos dieron el primer parte: «Va herido». Pero Sergio es de los que no se inmutan. Ni un gesto. Ni mirarse la taleguilla ni el boquete que le acababa de abrir el toro.

Impávido, volvió sin demora a ponerse por la misma mano de la cogida. No venía metido el toro y en un segundo derrote a mitad de suerte le pegó a Sergio un pitonazo en el cuello como un navajazo.

Y ahora la sangre le brotó profusamente por el cuello. Ni entonces perdió Aguilar la compostura ni los nervios, pero las asistencias se lo llevaron a la enfermería. No hubo manera de resistirse. Sólo quedaba esperar noticias, que tardaron en llegar y fueron, dentro de lo que cabe, un alivio.

El arranque de faena de Bolívar -cinco muletazos de ganar pasos, tres de ellos cambiados y por abajo hasta terminar en los medios- fue espléndido. Si todo se hubiera mantenido en ese aire de poder al toro y ganarle por la mano, la faena habría sido seguramente una fiesta. Pero Bolívar quiso hacer los honores clásicos. Y eso costó, porque el toro no se entregó nunca en más de dos viajes seguidos, quería más tablas que otra cosa, y eso no lo entendió Bolívar. Hubo pausas y cierto desajuste. Acabó escarbando el toro. Una estocada en el rincón, un aviso.

La segunda mitad de corrida salió mucho más templada que la primera, astifina pero no tan ofensiva y hasta tratable.