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Un mosquito, fotografiado en el instante en que pica a su víctima. :: LA VOZ
Sociedad

«¡Qué suplicio de verano!»

Vecinos de Pozuelo de Calatrava, en Ciudad Real, sufren una plaga de mosquitos que les obliga a recluirse en sus casas sin pisar la calle

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En el municipio ciudadrealeño de Pozuelo de Calatrava han aparcado hace semanas los quehaceres propios de la época estival. Reunirse con los amigos en el parque, pasear al atardecer o abrir las ventanas para airear el salón son actos prohibidos. Tampoco pueden acercarse al bar a tomar una cerveza, jugar al dominó y conversar con los parroquianos mientras se refrescan de las altas temperaturas. A menos que algún valiente quiera ser devorado por los feroces mosquitos que campan a sus anchas en estas fechas por la pequeña localidad manchega, de apenas 3.000 habitantes.

Todo el invierno esperando el calor y cuando llega trae un molesto regalo a los pozoleños, que no tienen más remedio que emular, muy a su pesar, la vida monacal en sus viviendas. Los culpables de su reclusión son bandadas de mosquitos que han decidido veranear en el pueblo sin invitación alguna. Ya llevan dos meses instalados y nadie se libra de sus picaduras. Ni siquiera se cumple la manida leyenda urbana que promete que sólo pican a los que tienen sangre más dulce. Los voraces insectos no discriminan: roja, azul, sosa y azucarada, todas valen para estos dípteros de descomunal tamaño. «Parecen pájaros», describe un vecino, atemorizado ante las dimensiones de los nuevos residentes.

Para el trópico

¿Y qué dice el Ayuntamiento? Pues no mucho, porque se ven superados por la plaga. «Son incansables al mortificar a las personas», describe el alcalde, Julián Muñoz Sánchez. En el consistorio ya no saben qué hacer, porque los bichos han sobrevivido a seis fumigaciones. Así que el calvario no cesa y muchos critican, desesperados, que «las autoridades dan pocas soluciones». «No se puede salir a la calle porque te comen», denuncia un lugareño.

Los mosquitos han fijado su base en la Laguna del Prado, que otros veranos con el calor se secaba. Este año, el exceso pluvial ha hecho revivir la reserva natural y los mosquitos conviven con 44 flamencos a los que poco parece importar quiénes son sus vecinos de charca. Y ahí radica el principal problema. La llegada de las aves imposibilita desinfectar la zona tan a fondo como se quisiera. «Por conservar los flamencos nos fastidiamos los demás», se quejan los lugareños, impotentes.

Las picaduras de los mosquitos son peores que una penitencia, y para paliar sus efectos no vale con las cremas comunes. «En la farmacia me han dado los 'sprays' más fuertes, los que utilizan en el trópico», explica una pozoleña, que vivió un momento de pánico cuando su hija llegó a casa «con 22 ronchas». «Estuve a punto de llevarla a urgencias», confiesa, todavía sorprendida. «¡Qué suplicio de verano!», exclama. La única solución que encuentran muchos es «marcharse a otros pueblos». Se cumple, una vez más, el dicho de que no hay enemigo pequeño.