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Opinion

Prisas

«Ya ni siquiera las vacaciones nos reconcilian con la relación natural de las cosas»

JOSÉ MARÍA ROMERA
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Por mucha tierra que pongas de por medio, por lejos que te desplaces para olvidarte del trabajo y del ansiestrés -anoten el término, ya lo llaman así-, por distinto que creas verte por unos días, hay algo que te acompañará allá donde vayas. Las prisas. Las malditas prisas. Cuando creías haberte librado de ellas, no tardarás en sorprenderte bufando en la barra del chiringuito porque esa caña que pediste hace medio minuto no acaba de llegar, o corriendo al punto de la mañana con la sombrilla y la tumbona a cuestas para coger sitio en la primera línea de la playa antes de que lleguen los otros veraneantes, o pegando bocinazos a los de delante en la cola del peaje. Todo lo queremos a la voz de ya.

La dictadura de lo instantáneo ha extendido sus tentáculos hasta allá donde creíamos que se suspendía el tiempo. La costumbre de impacientarse se nos ha metido tan dentro de la piel que uno la lleva consigo a todos lados, como un rasgo más de la personalidad particular y colectiva. Les invito a fijarse en esos informativos tan obsesionados por dar apariencia de actualidad. Sirven las noticias en crudo, sin esperar la confirmación, sin pasarlas por el filtro de la certeza aunque corran el riesgo de incurrir en errores. Y así resulta que sucede una catástrofe y los datos van variando de un momento al otro, de manera que los informadores matan o resucitan víctimas en cada nueva versión de los hechos. Observen esos vídeos que desafían la agudeza visual, tan de moda en las cabeceras de los telediarios. Su pésima resolución de imagen, lejos de invalidarlos como material periodístico, crea una ilusión de presencia y de instantaneidad que por lo visto satisface a la audiencia aunque el contenido sea baladí o resulte poco menos que indescifrable.

Todo es urgente, espasmódico, acelerado. Todo debe suceder en un abrir y cerrar de ojos. Nos resulta exasperante la lentitud del ordenador cuando la pantalla tarda en actualizarse unas milésimas de segundo más de lo habitual. Nos desquicia que al otro lado del teléfono no descuelguen antes del segundo pitido. No toleramos que el cajero automático obligue a marcar los números dos veces para entregarnos el dinero. Los estudiosos del idioma han observado que también la sintaxis se resiente de la misma dolencia. El hablante común apenas recurre ya a los periodos oracionales largos y se expresa en frases simples, en sintagmas inarticulados, incluso en balbuceantes monosílabos en muchos casos. Hay que correr, no importa adónde. La cuestión es vivir con la lengua fuera. Por eso es improbable que triunfen las propuestas de vida lenta y de filosofía 'slow'. Si ya ni siquiera las vacaciones nos reconcilian con la duración natural de las cosas, parece difícil que de vuelta a la actividad ordinaria seamos capaces de levantar el pie del acelerador. Párense a pensarlo un momento. Pero háganlo rápido