Sociedad

EL MAESTRO DEL TEMPLE

CRÍTICO FLAMENCO Actualizado: Guardar
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Las colas kilométricas que se agolpaban en los aledaños de la plaza de toros de Jerez presagiaban que allí iba a pasar algo grande. El genio entre los genios de la guitarra flamenca volvía a Jerez, con nervios, muchos nervios, ante un público exigente. Y es que Jerez no es cualquier plaza flamenca. Toda una pléyade de artistas de la provincia no quisieron perderse al algecireño en un concierto que se puede catalogar de histórico en la ciudad, porque probablemente sea la última actuación de Paco en Jerez.

A pesar de no ser el lugar más adecuado para el espectáculo, poco importó para que disfrutáramos de un recital antológico. La expectación se respiraba en cada tendido de la plaza, en el albero. Había un olor mágico en el ambiente. Nervios en el público, más en camerinos, pero al fin y al cabo un presagio de una noche inolvidable de esas en las que dentro de unos años la afición jerezana presumirá de decir: «Yo estuve allí».

Paco de Lucía ha cambiado de tercio. Ha cambiado las voces femeninas por el cante de parecido razonable al eco camaronero que tanto anhela Paco. Con un elenco renovado recorrió algunas de sus mejores composiciones durante las casi dos horas que duró el recital.

Como nos tiene acostumbrados inició la noche con la rondeña Camarón, en la que lo pudimos notar algo nervioso, estado este que desapareció conforme pasaba el minutero. Comenzaba así una pelea con la guitarra hasta que se encontraron una y otro y a partir de aquí todo fue una nube celestial de sonidos. El respaldo musical del que se rodeó estuvo a la altura, sobre todo en la figura de un Antonio Serrano, pletórico que, con su armónica hizo las delicias del público cada vez que se escuchaba. Con Antonia, una soleá por bulerías de su último disco el peso de sus manos se apropió del duende que emanaba de su guitarra, junto a las voces de David de la Jacoba y Duquende, quejíos influenciados hasta la médula por la impronta del de la Isla. Uno de los álgidos momentos de la noche arrancó en forma de bulerías. Apareció un tocaor reinventado, con regalo de nuevas falsetas sumadas a as archiconocidas como las de Río de la miel y El Chorruelo. En estos momentos la plaza estaba rendida a sus pies, pedían ya la segunda oreja al diestro de la sonanta, a pesar de no transmitir todo el calor necesario para ello. La guitarra acompañante de Antonio Sánchez, la percusión de Piraña, el bajo de Alain Pérez y los teclados y armónica de Serrano volvieron a escupir música a raudales con las alegrías La Barrosa antes de dejar al protagonista sólo con Canción de amor. Tras un breve descanso para un refrigerio, la segunda parte vino cargada de optimismo, de energía, de Paco en toda su plenitud. Despojado de nervios, apareció el duende en sus manos, que lo llevaron a la perfección sublime. Después de una rumba pasada por tangos y de unas seguiriyas bailables el torbellino Farru nos dejó boquiabiertos por soleá. La plaza, de nuevo, sacó pañuelos blancos al son del bailaor. Varios desplantes y remates hicieron temblar los cimientos de la monumental, (me resultó extraño que no pasara con Paco en toda la noche, salvo cuando sonó entre dos aguas, o sus picados justificaron porqué es el más grande). Los acordes de Luzía y Ziriab volvieron a poner en pie los tendidos. Y es que el mano de picados de la pieza musical Ziriab entre tío y sobrino nos dejo sin respiración. Y como todo tiene su fin, que ya cantiñeaban Medina Azahara, el grupo volvió después de un interminable bis en el que el total de los asistentes gritaban a coro ¡Paco, Paco! hasta que salió a escena para interpretar fraseos musicales de su obra maestra Entre dos aguas y Buana buana King Kong.

Después de esto el mejor de los toreros flamencos salió por la puerta grande del flamenco. ¡Orejas y rabo!. Una placa enfrente de la puesta a Rafael de Paula en la entrada principal habría que ponerle al diestro más internacional de la sonanta. Porque Paco siempre será Paco.