El fenicio está quemado
Actualizado:Habría que ponerse en su pellejo, claro, pero lo cierto es que está más quemado que la pipa de un indio. O lo estuvo, chiquicientos años atrás, que como diría el Beni, Cádiz es una ciudad tan antigua que no tiene ni ruinas. Dos mil novecientos diez años, chispa más o menos, tendría esta ciudad eternamente trimilenaria, de confirmarse la datación de algunas estructuras encontradas en el yacimiento arqueológico del Cómico, cuyos datos concretos conoceremos en septiembre. A primera vista, lo mismo de siempre: escombros, jaramagos y cacharros diversos, como si fuera el solar de Radio Juventud. Y un fenicio de cuerpo presente, pero gaditano cien por cien: parado, pero desde hace nueve siglos.
Con él, Cádiz huele a chamuscado. Lo mismo esperaba allí a que llegara la gira de la compañía de Juanito Valderrama o el estreno de una de gladiadores, y todo se incendió como si el teatro no tuviera butacas ignífugas. Y así que pasen veinticinco siglos. O más. Al liquindoi, viéndolas venir, ya viniera Almicar Barca a jurarle odio eterno a los romanos que los Balbo le guardaran la vez a Antonio Benítez exportando a Roma el cuadro flamenco de Telethusa. Allí estaba el tío, con el moro Musa cogiendo pelusa, con sir Francis Drake pirándose con mil quinientas pipas de Bristol Cream mangadas en El Puerto siglos antes de que inventaran los cubatas para hacerle la pascua al sherry. Al fenicio, los científicos le están construyendo la cara: natural, la tiene partida, como a Cádiz intentaron partírsela los franceses aunque sólo lograron hacerlo sus propios soberanos.
Esta mudo el tío, como lo están sus paisanos de hoy por muchas coplas que canten cuando casi siempre largan por boca de sus ventrílocuos. ¿Qué pensaría, sin embargo, ese hombre si rompiese a hablar? ¿Qué opinaría de los grandes temas que tanto nos importan, de la plaza multiusos, de la campaña de socios del Cádiz o de que haya carnaval en verano lo mismo que hay procesiones fuera de la Semana Santa? Igual los expertos no sólo consiguen reconstruirle la jeta -al fin y al cabo aquí hay muchas-, sino la lengua. Imaginemos a la comunidad científica expectante y, en medio de un gran silencio, suelta sus primeras palabras. ¿Preguntaría por María Moco a la que seguramente conoció en las cuevas? ¿O por los disciplinantes de la oración nocturna en la Iglesia del Rosario? Siendo tan nuestro, como parece que es, supongo que se limitaría a reclamar si es verdad, maldita sea, eso que dicen que ya no va a poder prejubilarse.