La intolerancia
Actualizado: GuardarEn uno de sus más conocidos relatos, el escritor ruso Feodor Dostoievski (1821-1881) narra el regreso de Cristo quince siglos después de la Pasión. Vuelve para mostrarse al menos un instante y lo hace en Sevilla en la época de la Inquisición, aparece entre las cenizas de las hogueras de un auto de fe donde la víspera habían ardido los cuerpos de cien herejes. No trata de llamar la atención pero le reconocen en la catedral donde iba a ser enterrada una joven de 17 años; sus padres le suplican y Él dice: «Levántate, muchacha», y ésta se incorporó ante la emoción del pueblo. Pero entonces aparece el cardenal gran inquisidor y ordena prenderle. Ya en las mazmorras dice el inquisidor al Cristo: «¿Por qué has venido a molestarnos? Mañana te condenaré, perecerás en la hoguera como el peor de los herejes. Verás cómo ese mismo pueblo que esta tarde te besaba los pies, se apresura, a una señal mía, a echar la leña al fuego ¿Quién más digno que tú de la hoguera? Mañana te quemaré».
Resulta significativo que en esta descripción de la intolerancia, Dostoievski escoja nuestro país como escenario. Un país caracterizado por la pluralidad y que hasta el Concilio de Trento fue ámbito de convivencia. La Córdoba califal, el reinado de doña Urraca en Galicia, la Escuela de Traductores de Toledo, y la Corte de Alfonso X el Sabio, son algunos de los hitos de la historia universal de la tolerancia; pero todo cambió en uno de los Estados más antiguos de Europa y más ricos en diversidad cultural. «Leyenda negra», dicen algunos, no entendiendo que el patriotismo exige asumir la propia historia de forma rigurosamente autocrítica, a los países como a las personas sólo se les ama reconociendo sus debilidades. Y nuestra mayor debilidad es precisamente la intolerancia, en un territorio que por su extensión y diversidad la exige más que ningún otro. Su ausencia nos ha arrastrado a una larga serie de conflictos sangrientos, desde 'la francesada' de principios del XIX hasta la dictadura de Franco que sólo termina en 1975. La restauración democrática nos ha enseñado algo acerca de los beneficios de la tolerancia y del reconocimiento de nuestra pluralidad cultural, pero las cenizas de las hogueras que asombraron al Cristo de Dostoievski aún humean. Si no conseguimos que quienes se proclaman patriotas entiendan que la continuidad de nuestro Estado unido en su diversidad pasa por el ejercicio de la más generosa de las tolerancias, difícilmente se podrá conservar.