Guía práctica
Unos huevos fritos con papas no son una tontería gastronómica, a pesar de que estamos en época de sofisticaciones
Actualizado:Hacer recomendaciones es una tarea arriesgada: no hay dos personas que busquen ni encuentren lo mismo en una misma cosa, porque casi todo en este mundo consiste en una matización particular sobre lo idéntico. Supongo, no sé, que un esquimal verá una catedral gótica como una vivienda poco confortable, de igual modo que una merluza verá un iglú como un mausoleo. De todas formas, como estamos en agosto, que es un mes de anomalías, voy a permitirme hacerles algunas recomendaciones, y a ver qué pasa. Si están ustedes por la provincia de Cádiz, no dejen de buscar -aunque no es fácil dar con el sitio- un restaurante de playa llamado Venta Gaspar-Casa Juanito, entre la zona chipionera de Montijo y la sanluqueña de La Jara. Los huevos con papas que sirven allí son cosa de no olvidar, y creo que estarán de acuerdo conmigo en que unos buenos huevos fritos con papas no son ninguna tontería gastronómica, a pesar de que estamos en época de sofisticaciones. Para estar seguro de comer pescado que no viene en cajas de corcho blanco, vayan al Quinto Pino, en la carretera de Rota a Chipiona, devoción del escritor Caballero Bonald y parada casi diaria del cantaor José Mercé. Si están por Cádiz capital, no dejen de visitar la capilla recién restaurada del Hospitalito de Mujeres, un capricho barroco inesperado, con su adusto san Francisco del Greco, para desde allí acercarse al restaurante El Faro, de fama tan bien ganada, donde no hay plato que no merezca un aplauso menos de admiración que de agradecimiento. O si están con ánimo contemplativo, siéntense por la noche en el restaurante-bar Terraza para admirar en escorzo la fachada de la catedral, con esa espectralidad caliza que tiene bajo los focos, mientras se toman un pescado frito o unas berenjenas con anchoas y salmorejo. Si no le temen al calor, acérquense al bar El Castillo, en la calle Zorrilla, donde los guisos excelentes humean en las cacerolas. O bien a la barra del Balandro. O vayan a tapear a El Cañón, entre Rosario y Feduchy. O acérquense al restaurante La Cigarrera a probar un arroz en salsa verde. Y luego siéntense en la plaza de San Francisco, tan parisina, a pringarse un poco los dedos con uno de los helados pomposos que venden allí. Y vayan luego al Café de Levante, al Habana o al Pay-Pay a tomar una copa bien servida.
Si son ustedes de poco salir, a pesar de que el clima invita a echarse a callejear, cómprense en DVD las series completas de 'Los Soprano' y 'The Wire'. Horas y horas de ficción envolvente que uno sigue con la misma expectación -supongo- que aquellos que leían en el periódico, con el ánimo en vilo, las entregas de las invenciones de Dickens o de Dumas. Y ya está. Pero no me hagan caso, por favor. Porque recomendar es imprudente.