Franco Bonsignori
Actualizado:Le prometí que hablaría de él cuando volviese a España, y no por un mero cumplimiento protocolario, sino porque lo considero un elemental deber de cortesía y caballerosidad para con una persona como él. Me refiero con estas líneas, a quien da título a este artículo y ejerce en la Universidad de Pisa como profesor ordinario de Filosofía del Derecho, Teoría del Derecho y Antropología Jurídica. Tras sus gafas y su mirada amable, su alta figura y sus cabellos canos, habita la personalidad de un gran profesor y un excelente universitario. Humilde y sencillo, de voz pausada, perfecto castellano y suave italiano, te recibe siempre con una sonrisa sincera. Cuando le solicité, a través de mi compañero en la Universidad de Cádiz, José María Pérez Monguió, poder ir a Pisa durante un mes a una estancia investigadora, aceptó sin reservas y me mandó el documento de aceptación con total rapidez. Una vez allí, me recibió amablemente y me facilitó la labor en todo lo que pudo. Y en un gesto que le honra, me cedió su mesa de despacho en el Departamento de Derecho Público, para que pudiera trabajar allí a gusto durante todo el mes de julio, pues él siempre suele estar en la Oficina de Relaciones Internacionales. Allí he conocido a entrañables jóvenes colegas. A Tomasso Grecco, brillante profesor, siempre sonriente. A Hillario Belloni, al que he dado un poco la lata con preguntas burocráticas, amante del cine y del cine jurídico, con un aire de intelectual de los años sesenta. A Lorenzo Milazzo, un tomista heterodoxo. A Roberto Romboli, profesor de Derecho Constitucional, que igualmente me instó a que le demandara cuanto necesitase, y a Pía Campeggiani, joven promesa de la universidad e investigadora del derecho penal de la Grecia arcaica. Y sin olvidar a Eugenio Ripepe, iusfilósofo y decano. Tanto Bonsignori como ellos me han hecho recordar una cosa. Que la Universidad podrá no tener dinero, aire acondicionado en sus despachos o una biblioteca más o menos bien organizada. Pero que si existe vocación universitaria y calor intelectual, la vida docente e investigadora merecerá siempre la pena. Gracias a personas como Bonsignori y sus compañeros.