Musulmanes en la Zona Cero
ABOGADO Y ESCRITORActualizado:El proyecto 'Casa Córdoba' se llama ahora 'Park51' y quiere emplazarse en Nueva York, entre Park Place y Broadway a dos manzanas de la denominada Zona Cero; se trata de un proyecto animado por musulmanes norteamericanos que pretende albergar una serie de instalaciones (aulas, salas de conferencias, biblioteca, galerías para exposiciones, restaurante, y también una mezquita.) destinadas a promover, a partir del Islam, la tolerancia, el mutuo conocimiento y la reflexión sobre la diversidad cultural y religiosa de Nueva York, de manera abierta y disponible para todos ciudadanos de la ciudad. Su proximidad a la Zona Cero y su carácter musulmán han provocado protestas en algunos sectores de la sociedad americana que interpretan la iniciativa como una ofensa para las víctimas del 11-M -entre las que había también musulmanes-, crimen que realizaron apelando a su particular y fanática versión del Islam.
Sarah Palin se pronunció no hace mucho en Twitter alegando que los musulmanes pacíficos deberían «refudiar» -expresion inventada por Palin, que sería algo así como refutar y repudiar al mismo tiempo- el proyecto de una mezquita en las proximidades de la Zona Cero. Sin embargo el órgano municipal de Nueva York que debía pronunciarse sobre el proyecto Landmarks and Preservation Commission, lo ha hecho de manera unánime apoyando la iniciativa. El voto fue 9 a favor, 0 en contra.
El caso tiene aspectos que lo han convertido en un tema de discusión nacional en Estados Unidos y en cierto modo también en el mundo, ya que todos somos de alguna manera neoyorquinos. El propio alcalde de Nueva York, Michael R. Bloomberg, judío, votó a favor del proyecto y ha hecho importantes declaraciones reclamando la mejor tradición de la ciudad de Nueva York y de EE UU, que no es otra que la tradición liberal-democrática fundada precisamente por grupos religiosos que huían en el siglo XVIII de una Europa encerrada en dogmatismos excluyentes y violentos. Michael R. Bloomberg lo ha dicho: «Debemos superar lo más terrible que nos ha sucedido y si un grupo de musulmanes viene a nosotros en son de paz, debemos aceptar su gesto o si no es que -y esto sería lo peor- los terroristas han ganado».
No hay que simpatizar con el Islam para defender la libertad. Los que confiamos razonablemente en la mejor tradición política -conservadora, liberal y socialdemócrata- estamos convencidos de que si bien es cierto que los islam(ismos) han entrado en Europa y en América, y hay que contar con ellos, también es cierto que Occidente ha entrado en el/los islam(ismos) y eso significa que han entrado Lutero, Diderot, Hume, Voltaire, y Rousseau, Montesquieu, Descartes, Freud, Darwin, Feuerbach, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir y por supuesto Hollywood, con toda su potencia narrativa y simbólica, el ejemplo del mejor humanismo cristiano, el laicismo, el secularismo, la cultura de los Derechos Humanos, el feminismo. Y por eso hay gente como Ayaan Hirsi Ali que critica valientemente el islamismo como una rediviva Marianne, o Husain Haqqani y M. Fethullah Gülen que representan un islamismo ilustrado y liberal, o Al-Fatiha Foundation que defiende la causa LGBT, o Irshad Manji que se reconoce musulmana y lesbiana, que representan un Islam feminista. También el Islam, como el cristianismo, se mueve, mal que les pese a los integristas, y nuestra mejor baza es dar libertad a esos movimientos.
Todos podemos comprender el valor sagrado que ha adquirido la denominda Zona Cero para millones de norteamericanos, y para hombres y mujeres de bien de todo el mundo, y la sensibilidad que ese entorno provoca en los familiares de las víctimas, pero creo que eso no nos debe llevar a confundirnos sobre lo que significan nuestras instituciones democráticas y sobre el valor moral y político de la libertad frente a sus enemigos.
Es verdad que en el conjunto del islamismo realmente existente anidan posiciones antidemocráticas y fanáticas, enemigas ontológicas de la tradición democrática y liberal de Estados Unidos y de Europa, pero también es cierto que nos haríamos un flaco favor a nosotros mismos y a lo que denominamos valores occidentales si criminalizáramos a todo el mundo musulmán por la deriva fanática que puede alimentarse en su seno. Ese mismo fanatismo puede incubarse en muchos otros lugares, concepciones del mundo y religiones, y la mejor manera de combatirlo es precisamente someterlo al viento purificador de la libertad de pensamiento, de expresión y de comunicación.
Las sociedades abiertas deben defenderse y nadie puede negar que los Estados Unidos lo están haciendo, con la fuerza legítima si es preciso, pero al mismo tiempo colocando a la libertad y la justicia de su parte, apostando por un posibilismo real, que como señala Andrés Ortiz-Osés «tiene como categoría clave la Apertura en lo individual y lo político, en lo social y lo religioso, en lo cultural e ideológico». No es la cerrazón sino la apertura la que salvaguarda nuestras sociedades abiertas, no se trata de un buenismo pánfilo sino de una estrategia política, que coordina fuerza y delicadeza, porque la verdadera fuerza, cuando se somete al Derecho se ejerce siempre con delicadeza. La estrategia de la libertad ha acreditado su eficacia, ha propiciado la pervivencia -con todas sus limitaciones- de nuestras sociedades democráticas y liberales a pesar de los embates ideológicos de los totalitarismos de los siglos XIX y XX. Lo hará también frente a los del siglo XXI.
EE UU se ha de mantener fiel a lo mejor de sí mismo y no debe contagiarse de la cerrazón de sus enemigos, debe actuar en esta materia sin dejarse condicionar por los terroristas; la mejor derrota que pueden sufrir los fanáticos criminales que consumaron la tragedia del 11-S y sus secuaces es precisamente saber que no han conseguido conmover los cimientos de la Estatua de la Libertad y que esa Libertad terminará iluminando las tinieblas en la que ellos se envuelven.