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Editorial

Inhumanidad iraní

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La opinión pública mundial se estremeció hace unas semanas, cuando se hizo público que una mujer iraní, Sakineh Mohammadi Ashtiani, de 43 años, había sido condenada a morir lapidada por adulterio. La protesta de la comunidad internacional fue tan airada que la ejecución se suspendió y la pena le fue conmutada... por la muerte en la horca. Ahora, a través del abogado Mohammad Mostafaei, quien la representó hasta que se vio obligado a huir del país y a solicitar asilo en Noruega, se ha conocido que su cliente fue torturada durante dos días hasta que aceptó ser sometida a una entrevista televisada en la cadena estatal iraní en la que confesó que fue cómplice del asesinato de su marido y que mantuvo relaciones extramatrimoniales con un primo de éste. Irán no es el único país islámico que mantiene la lapidación para castigar conductas impropias según la versión más estricta del Corán, pero es sin duda el más radical e inhumano en la vigilancia de la enfermiza ortodoxia. Su concepción abyecta de los derechos humanos bastaría para confinarlo extramuros de la civilización, aunque en su delirio no estuviera buscando febrilmente el arma nuclear.