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El juicio contra el niño soldado de Guántanamo comienza sin garantías

MERCEDES GALLEGO
NUEVA YORK.Actualizado:

Omar Khadr se puso ayer un traje de chaqueta, probablemente por primera vez en su vida, para impresionar a un jurado que considera parte de una pantomima. El niño soldado protagoniza el tercer juicio militar que se realiza en Guantánamo y el primero bajo el Gobierno de Barack Obama.

A los 23 años, después de pasar ocho en Guantánamo y dejarse crecer una espesa barba, queda poco del adolescente de 15 años que detuvieron las fuerzas estadounidenses en Afganistán. Aun así está lejos de ser la cara de los más malos entre los malos, a quienes Dick Cheney hizo referencia para justificar la existencia de la prisión, perpetuada por Obama.

Siete oficiales del Ejército, elegidos de entre 15 candidatos, se sentaron en la sala para decidir si pasa el resto de su vida en prisión acusado de cinco crímenes de guerra. Entre ellos el más grave es arrojar una granada que mató a un soldado estadounidense, algo de lo que no hay pruebas forenses ni oculares. De hecho, el primer testigo de la acusación que ayer subió al estrado para explicar esa batalla de 2002 escribió en su informe que quien lanzó la granada había muerto, y no lo corrigió hasta años después. Khadr fue el único superviviente, «un niño asustado, ensangrentado y ciego» por la metralla. Se encontraba en la escena por órdenes de su padre y, según su abogado militar de oficio, no pudo lanzar el artefacto explosivo.

El grueso de las pruebas contra él se basan en una confesión obtenida en condiciones tan flagrantes que nunca sería aceptada en cualquier tribunal civil. Estaba gravemente herido, con dos tiros en el pecho, y admitió el delito sin presencia de abogados, familiares o más adultos que sus interrogadores. Algunos de ellos admitieron haberle amenazado con entregarlo a un grupo de afganos para que lo violaran repetidamente antes de matarlo.

Abusos y torturas

Khadr ha narrado múltiples abusos y torturas que le indujeron a decir lo que sus verdugos querían oír. El juez militar, coronel Patrick Parrish, ha admitido la confesión. En la selección del jurado, la fiscalía desestimó a un oficial que no cree en la efectividad de Guantánamo por considerar que tiene prejuicios, pero cualquiera de los otros siete está igual de sesgado. Les toca decantarse entre el joven barbudo al que verán en un vídeo entrenándose para hacer explosivos o la viuda que ayer sollozaba en primera líneas por la pérdida del sargento Chris Speer.

Algunos miembros del jurado, incluso tenían amigos que perecieron víctimas de las bombas insurgentes y por el estrado solo desfilarán otros militares, ningún amigo o familiar de Khadr que pueda hablar en su favor.