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Fermín Bohórquez pone un rejón a su primero de la tarde. :: EFE
Sociedad

Bohórquez cumple mientras que Diego Ventura firma una faena de sobresaliente

La última de abono se salda con una borrachera de trofeos, ocho orejas y una vuelta al ruedo para el sexto toro

BARQUERITO
VITORIA.Actualizado:

De las tres escuderías ecuestres, de escuelas diferentes, salió mejor librada la de Diego Ventura. El Bohemio de Bohórquez es un caballo singular y sus aires en corveta siguen siendo inimitables. A la manera de torear a caballo Bohórquez se le llama campera, porque tiene que ver con el toreo campero más que con el de doma casi circense de esa escuela mixta de donde proceden las maneras de Pablo Hermoso y Diego Ventura. En la cuadra de Hermoso cuentan como figuras del toreo dos caballos castaños que suelen abrir faena, es decir, atacar para las primeras farpas, que por norma resultan más difíciles que las otras porque se torea con el toro más entero y menos castigado.

Las dos figuras de Hermoso llevan nombres de figuras del toreo: uno es Silveti -apellido de una ilustre dinastía mexicana de hasta cuatro generaciones de toreros- y el otro, Chenel. Silveti salió en el segundo toro; Chenel, en el quinto. La elasticidad de Silveti no la tiene Chenel. Silveti ejecuta con gracia un aire infalible: el paso español, en que parece citarse al toro de lejos y con la zurda. Luego, hay que cruzarse y meterse en terrenos del toro. Lo hizo Silveti dos veces, las crines al viento como si se despeinara de forma estudiada.Silveti les rompe a los toros el ritmo porque parece metérseles en los costados y romperlos con muletazos por abajo. Chenel no ataca, sino que aguanta a los toros y parece llevarlos empapados a la grupa o al costado como si una y otro fueran lo que no son: engaños. La gente se lo pasó de maravilla con los aguantes de Chenel, que se dejó llegar mucho al gran quinto de corrida, y con los caracoleos espléndidos de Silveti, que fue esta vez el mejor de los siete caballos que sacó Hermoso. Si un toro se para, Hermoso tiene un caballo de recurso. Ícaro, traído domado de México hace dos inviernos, rodea a los toros cuando están a punto de aplomarse. Parece sencillo. En el toreo a pie no se valora. En el rejoneo, sí. La vara con que las masas miden el toreo a caballo y el otro no tienen casi nada que ver. La velocidad está primada cuando se torea a caballo. Un muletazo enganchado no sirve para casi nada, pero una banderilla de rejoneador se jalea sin contar ni dónde ni cómo ha venido a clavarse.

Sobre esa diferencia de prisma todo cambia de color. Como las corridas se calibran por trofeos, ésta de rejones que cerró la Blanca ganó por goleada a la feria entera: ocho orejas de una tacada, que pudieron ser nueve y hasta un rabo, que se pidió para la segunda faena de Pablo Hermoso.

Tantas orejas en la de rejones como en las cuatro corridas previas. Entonces se regatearon los premios que ayer cayeron manados del cuerno de la abundancia. En la propina final se premió con la vuelta al ruedo al sexto toro. No es común que ese honor llegue a los toros de rejones. La euforia fue inenarrable.

Pablo jugaba en casa. Pero el que calentó la corrida y quien, con sus acelerones apasionados, puso a la gente de pie más veces fue Ventura. Los dos toros de Ventura tuvieron más que torear que los dos de Pablo. Incluso el de la vuelta al ruedo, ratoncito caprichoso que, distraído de salida, fue mimado en una faena de fantástico gobierno, de llamativa unidad, seguida, sin pausas ni interrupciones, porque no siquiera las transiciones obligadas por el cambio de montura quebraron el ritmo. Trabajo antológico de Ventura.

Su caballo Nazarí, primero, en galopes de ajuste insuperable, y el albino Distinto, después, valentísimo en quiebros retranqueados, hicieron lo más difícil. Los desplantes, quiebros en pasadas sin clavar: apoteósico el final. Pero pinchó Ventura dos veces en hierro y la estocada sólo entró al tercer viaje. Si no, el rabo. Bohórquez cumplió con su papel muy sencillamente.