LA BARBACOA DE CHOCOLATE
Actualizado:Según cuenta la historia de los hermanos Grimm, Hansel y Gretel eran los hijos pobres de un pobre leñador. Tan pobres eran que una noche la madre decidió abandonar a los niños en el bosque -sí, ya sé, usted también ha tenido ganas de hacerlo con los suyos, pero es delito- olvidando que los infantes tienen sus propios mecanismos de reseteo y que pueden volver sobre sus pasos. Un segundo intento bastó para que los pobres niños pobres se perdieran para siempre en lo más oscuro de la oscura noche, y allí, justo allí, encontraron una casita hecha de jengibre, pastel y azúcar morena -eso es lo que dicen los Grimm, que nosotros lo llamábamos la casita de chocolate simple y llanamente. Deslumbrados por tanto exceso de azúcar, los pequeños no se dieron cuenta de la trampa en la que acababan de caer hasta que se vieron encerrados entre cuatro paredes húmedas y obligados a enseñar la manita cada mañana, para ver cuánto era capaz de engordar y crecer el engaño. ¡Ay! Cómo me acuerdo de estos cuentos infantiles -sí, con toda su carga de perversidad y sin corrección política alguna- cuando llega el Trofeo Carranza. Porque los que hemos crecido en la tierra del «tuvo» ya estamos curados de espanto, pero siempre nos queda algo de escalofrío. Cádiz tuvo. pongan lo que quiera, o si les ayuda en algo, añadan: educación, comercio, cultura, señorío -que debe ser un concepto tan sublime que resulta imperceptible al ojo humano- diversión, deportes. Sí, Cádiz tuvo. Y nos salió tan cigarra que no hizo caso de aquello del refrán «el que tuvo, retuvo y guardó para la vejez». Porque si tuvimos o retuvimos, lo cierto es que no nos quedó nada. Y la vejez hace tiempo que se nos coló en la casa. Éramos los hijos más pobres de un pobre país. Abandonados en lo más oscuro y buscando las migajas para volver a la luz, nos encontramos con una apetecible casita de chocolate y le hincamos el diente sin esperar los pertinentes controles de sanidad -como si fueran los pestiños de la Caleta, por ejemplo. Y empezamos a engordar. Con cada mordisco, un récord. Con cada dulce, una sonrisa. Con cada chocolatina, un aplauso. Hasta que La Barraca se convirtió en un bajo de Pasquín y el precio de la renta subió sin consideración. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué se han acabado los lacasitos? ¿Dónde están los caramelos?
Las barbacoas del Trofeo fueron la casita de chocolate durante muchos años. Tantos que ni nos acordamos de cómo se celebraba esto antes. Es la ley del «tuvo». Cádiz tuvo un Trofeo que era el asombro de Damasco, con el que terminaba el verano de la mejor playa del Sur. Vale. Pero usted no lo conoció. Ni yo. Porque desde hace mucho, las barbacoas se convirtieron en el carnero de oro al que todos adorábamos con idolatría. Y no hace falta repetir que había quien se encargaba de engordarlo. Los focos, la mejora de las instalaciones, aquellas decisiones políticas que pretendían convertir la playa en un «polo de atracción del ocio veraniego» -no sé lo que quiere decir esto, y usted tampoco, así que dejémoslo estar-, aquella manera de vivir el Trofeo «única en Cádiz» que se quería promocionar a toda costa, nunca mejor dicho. Y nosotros, como Pinocho y sus secuaces cuando llegaron a la isla del placer, sin saber en qué atracción montar primero, a la conquista de la playa como si fuéramos los pioneros del oeste americano. Que si las pailas, que si la parcela, que si el butacón, que si el frigorífico, que si el aparador con su televisión y todo, venga a llevar cosas a la playa. Y el Ayuntamiento, venga a contar gente y venga a frotarse las manos con el guiness que nunca llegó. Y la diversión se medía en toneladas de basura. Como siempre.
Así que bastó con que Pepito Grillo -con el traje de Demarcación de Costas- diera un silbidito, para que algunos empezaran a darse cuenta de que a los muchachos les crecían las orejas de burro y de que la noria siempre se paraba en el mismo sitio. Y empezaron los problemas. Y como estamos acostumbrados a que el que tira la piedra esconde la mano, la piedra iba y venía del Ayuntamiento a la Junta y de allí a los de Costas, y siempre los de siempre tenían la culpa. Suciedad, incivismo, grosería, poca educación, horterada. crónica de una muerte anunciada, parecía.
No hace falta prohibir las barbacoas, como apuntan por ahí, porque están heridas de muerte. Como lo estuvo la Velada de los Ángeles -¿a que no se acordaba de ella?- en los últimos años, en los que nadie sabía como quitarla del calendario, cuando se había convertido en la reserva anganga de occidente. Qué le vamos a hacer. No está hecha la miel para la boca del burro, que dicen por ahí. Y este burro ya se ha cansado de dar siempre la misma vuelta. Quizá este año se agrave la herida de las barbacoas, quizá la septicemia se apodere de ella y tal vez estemos ante otra tradición que se acaba. El cambio de fechas, la acotación de la playa y la marea que sube, no hacen más que complicar el diagnóstico. Ha llegado el momento de retirarles la respiración asistida, dejémoslas que mueran en paz.
Como sustituto, siempre nos quedará San Fernando y su pedazo de programación para el Bicentenario de las Cortes. Porque si aún no se ha recuperado del susto de los moros y cristianos -¿cuáles eran unos y cuáles los otros?- La Isla, imparable, ha comenzado la I Feria Internacional de la Cerveza, con degustaciones, actuaciones y sorpresas -no, por Dios, más sorpresas no- que, parece ser, está muy relacionada con lo que se pretende celebrar. Aunque, si tiene paciencia, el día 19 comenzará, también en el recinto de la Magdalena, la Feria Gastronómica 'Los Sabores de Galicia'. No está mal. A falta de una casita de chocolate, siempre se podrá comer al primo del pulpo 'Paul'.